Tierra alta
El tren de media noche

<span><strong>Tierra alta</strong></span><br/><span>El tren de media noche</span>

PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com

Al periodista Huchi Lora por abrir el pórtico de mis recuerdos en su trabajo sobre la vieja industria azucarera.

PÓRTICO

Cuando mis ojos comenzaron a ver la claridad de este mundo, ya esta leyenda se perdía como una estrella fugaz en el espacio sideral de las memorias marchitas.

Por mi memoria apenas pasan trozos incoherentes de aquella época de zafra cuando un zumbido, que parecía venir del más allá, sumergía al batey en una danza de pánico. Entonces se hablaba de un misterioso tren que surcaba los campos desde San Juan de Buena Vista hasta los confines de Boyá.

Se hablaba en voz baja de aquel asunto delicado y por eso mi cabecita curiosa no pudo retener más que pasajes nubosos del tren de media noche que yo sueño escuchar en un recuerdo que no es mi recuerdo.

He aquí lo que sucedió en los días en que todavía molía en lontananza el ingenio. Lo he recogido de las memorias campesinas que aún perduran de aquella era para que se extienda por los siglos de los siglos. Amén.

EL PRIMER PITO DEL TREN

Se dice que el tren aquel pitó por primera vez una noche de “finao”, día sagrado, de todos los muertos.

El pito sonó exactamente a las 12:05, según recuerda con aire de nostálgico misterio Don Mister William, a quien encontré en Batey Verde, rodeado de nietos, y mirando hacia donde está el mar, con un manifiesto deseo de salir volando para volver a su isla de antaño.

Para esa época Mister William era operador del central azucarero y se había marchado temprano, como siempre, acompañando a los maquinistas, en el tren de prima noche que primero recorría los bateyes y retornaba por la misma ruta de Ceiba Vieja para entrar a San Luis a la hora de la molienda.

Mister William vio la vaina cerca del puente rojo, en el retorno, más acá del Vigía.

“Lo recuerdo bien, porque allí perdí mi sombrero, que era negro, de dril, con una pluma de un pavo español. Yo iba en el último vagón acompañando a un negro de Saint Kiss, que se llamaba Fleming, cuando vimos ese tren diabólico, que salió de los rieles del 16 y siguió por el ferrocarril de Caña-La-Ceca, eran exactamente las 12:05. Se me pararon los pelos y mi sombrero voló”.

“En un movimiento de luces y reflejos vidriosos, vi a un negro tortoliano que se puso mi sombrero y lanzó una carcajada al aire, después la vaina, que yo sé que no era tren, se fue apagando rumbo al norte”.

Aquino Agramonte, a quien encontré poco antes de su muerte, en un sopor de melancolía y mecedora, en su fundo de San Francisco, me contó que abrió los rieles después de pitar el ingenio cuando vio agitarse el farol por el lado sur, y que no tenía aviso de que un tren fuera a recorrer los campos a tales horas de la noche.

“Yo quería evitar el choque con la máquina 49, que era el último tren, pero yo sospechaba que eran cosas del enemigo malo”, contó, 40 años después de aquel acontecimiento, con unas palabras de espanto.

Hace tiempo los campesinos de Boyá me contaron que el asunto comenzó después de la tragedia del Coleman, en ruta a Saint-Thomas, y que allí murieron los negros maquinistas de Tortola, que iban a sus casas al término de la zafra.

Y luego andaban sobre rieles, a media noche, de batey en batey, con luces del otro mundo, y en un tren que dicen todavía ruge en las noches remotas de los viejos campos azucareros.

Batey Verde, Sabana Grande de Boyá, en fecha que no logro recordar.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas