Tierra alta
¡Ha nacido Caña Brava Aquí!

<STRONG>Tierra alta</STRONG><BR>¡Ha nacido Caña Brava Aquí!

PASTOR VASQUEZ
ceyba@hotmail.com
Dicen que la caña dulce viene de la India y que a esta isla fue traída por  el almirante Cristóbal Colón en su segundo viaje. Desde el tiempo viejo también dicen que la primera caña de azúcar que trajeron los europeos que poblaron estas tierras tropicales era llamada “Bayaguey” y que era una caña tan dulce, dulce, dulce, dulce, que no se podía hacer azúcar con ella porque los esclavos se la comían.

Después, trajeron los tutumpotes de la nueva industria azucarera diversos tipos de caña, que recibieron números, de acuerdo a su pureza y su capacidad de producción. Así conocí yo cuando era niña la caña 9-80 o rompe mocha, dura como el mismo diablo.

Esta era diferente a la llamada “Galletita” o Pimpinúa, de cuyos números yo no me acuerdo, pero que eran unas cañas tan suave para el paladar de los intrusos que el Jefe de Estado, el doctor B…, desde su despacho del Palacio Nacional de esta media isla, ordenó que fueran ambas eliminadas, porque hasta las personas de las grandes ciudades andaban por Los campos cañeros haciendo daño, y la gente del gobierno argumentó que hubo una zafra en la que no se pudo cumplir con la cuota azucarera porque el pueblo se comió la materia prima. Y dicen también que la otra caña que no da azúcar llegó a estas tierras como una maldición.

Dizque la trajeron unos chinos que vivieron años  por estas tierras y que habrían sido despojados de sus tierras por órdenes expresas y directas del generalísimo porque eran necesarias para sembrar caña de azúcar y así cumplir con compromisos internacionales. El asunto comenzó en un lugar llamado Terra Nova. Allí vivían unos chinos que cultivaban auyama japonesa, de esas que sirven para hacer una salsa rara, y los chinos enviaban sus cosechas en un barco de vapor y allí trabajaba mucha gente y las tierras eran una bendición de Dios.

Todavía cuando era niño yo llegué a ver pedazos de los ladrillos que fueron parte de la Casa de los chinos. De este lado del río estaban los árboles frutales, un pozo y otros vestigios de lo que fue una gran propiedad. Todo iba bien con aquellos chinos, que no tenían vicios de esos que nosotros heredamos de la Madre Patria, pero un día llegó la Guardia rural con una orden y más atrás llegó el súper Intendente de la Industria Azucarera con unos agrónomos que tomaron muestras de la tierra.

Más tarde los chinos iban rumbo a su patria, para sólo dejar en nosotros los recuerdos de aquel ejemplo de trabajo y en la tierra una maldición con la que no pudo el supremo poder del dictador.

Las tierras fueron sembrada de caña 9-80, exactamente el día 9 de junio del año 197…y el día de Jueves Corpus vino aquella noticia nefasta que jamás dejó dormir en paz al batey de Ceiba 12.

Fue el “santulario” de Cruz Verde el primero en dar la noticia, pero naturalmente nadie le creyó porque el hombre era flojo de lengua. Y después pasaron  los andulleros de Yamasá y vieron aquel asunto tenebroso y mi padre, que para la época era Guardia-campestre, reunió hombres y salió a ver aquellos.

Medio pueblo salió para Terra Nova, incluyendo al padre Clemente, que fue con la Biblia, una rama de albahaca y medio galón de Agua Bendita, y Claudina,  la partera, también estuvo allí con un desahumerio.

“¡Ha nacido cañabrava, donde sembraron Caña Dulce, cambio, cambio”! Así lo informaba Mister William, el operador de la Radio del Central Azucarero. “Rápido, rápido, el pueblo en pánico, maldición China, un Toro Negro anda por los campos de caña Brava” .

El pueblo estaba en una loma y abajo en el llano crecía la caña Brava, –y que me perdone Dios- yo veía precioso aquello, con ese verdor legendario y esas finas hojas danzando con el viento. Lo único feo de aquello era ese Toro Negro que corría bravo en medio del llano ya cubierto todo por la caña Brava que crecía cada minuto y a poquito del Toro sólo se veían sus aletazos en el regazo de las plantas. Después pasó lo que nadie esperaba.

El mayor Santelises vino con sus tropas y con un fusil en manos se acercó al padre Clemente. “¡Estas son cosas del mismo Demonio, Padre. Sálvenos,  padre, échenos sus bendiciones!”. El mayor Santelises lloraba arrodillado a los pies del cura, y dicen que después de eso andaba medio loco.

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