Tierra alta
La amiga del más allá

<STRONG>Tierra alta</STRONG><BR>La amiga del más allá

PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com 
Cuando sólo quedaban los rencores dejados por la guerra del 12, Papá Viejo viajó con sus tropas por los montes de San Pedro y atravesó Hato Mayor del Rey para internarse en recónditos lugares, de donde se decía lanzaría una proclama contra el gobierno, pero ya hacía rato que el caudillo había decidido no fuñir más con eso de levantamientos y retirarse en paz a sus predios agrícolas.

Donde le dicen El Seibo, cerca de Magarín, atravesando una llanura casi paradisíaca, llena de pangolas y yerba buena, con garzas y lauras sobrevolando el espacio de paz, Papá Viejo acampó con su “Estado Mayor” y luego instruyó al coronel Sigilo Frías el reconocimiento de la misteriosa montaña donde habrían de penetrar antes de caer la noche.

Ya había sido instalado el gobierno del general Ramón Báez y un mensajero le avisó a Papá Viejo que lo iban a nombrar Jefe Supremo y delegado gubernamental de los pueblos del Este, pero el antiguo rebelde dijo que no tomaría una decisión tan delicada sin comunicarse con una amiga que habitaba en el más allá.

Y con ese propósito viajó a los montes que rodeaban a Magarín. En el centro de la montaña había una tumba y estaba rodeada de flores amarrillas y flores moradas y flores blancas y flores rojas y flores de todos los colores. Al lado de la tumba había una casita de madera y en el interior de la casita de madera había utensilios llenos de telarañas, un baúl lleno de papeles y una mesita con santos de todas las divisiones de aquellos misterios lejanos y un frasco de agua de La Florida.

Papá Viejo ordenó a sus tropas no tocar nada de lo que allí había. En la copa de un árbol una lechuza cantaba como un gallo y en la oscuridad del monte se podía ver a un perro negro, con los ojos diabólicos, que observaba en guardia el movimiento de aquellos hombres armados hasta los dientes, guiados por un viejo mulato, de bigotes canosos, sombrero de Panamá, un pañuelo azul amarrado en el cuello y una correa de tiros pasada por la cintura.

Sólo cuando el perro aulló frenéticamente, como en un canto del averno, Papá Viejo se desprendió por un instante de su pasado bélico, y se postró ante la tumba, que estaba pálida y fría como los huesos de su dueña.

“!Santa Casilda! ¡Santa Casilda! Ilumíname en estos momentos de confusión!”

¿Y quién coño era esta Santa Casilda que no estaba en la lista del santuario católico? Pues yo se lo diré, se trataba nada más y nada menos que de Casilda Frías. ¡Sí señor, la vieja Casilda Frías, heroína de Papá Viejo, legendaria mujer de la comarca, que se había levantado de una somnolencia en una noche de ron y de atabales para sacar a su general de la tumba.

Pasó en plena guerra. Papá Viejo había viajado por los campos de Hato Mayor en busca de una noche de paz y al llegar una fiesta de atabales, se sentó a disfrutar de un buen plato de tocino, acompañado de unos tragos de ginebra, y en un descuido de su coronel Sigilo Fría, que creo no era familia de Su Merced Casilda, pudo haber pasado una tremenda desgracia.

De la sombra y aprovechando el bullicio de los atabales, surgió ese hombre corpulento, con ojos desorbitados y barbas de 57 días de descuido, y con su machete en manos trató de descargar ese golpe en el pescuezo de Papá Viejo con la fuerza de quien desea cortar de cuajo toda una leyenda.

Allí estaba la vieja Casilda Frías, quien arrancó un tizón del fogón donde se calentaba Papá Viejo y lo interpuso entre el pescuezo de su general y el machete del alevoso hombre de la sombra. El machete quedó incrustado en el leño mientras la vieja miraba desafiante a los ojos al hombre, quien quedó cómo petrificado, dando chance al coronel Sigilo Fría para mandarlo al infierno con su espada árabe de doble filo.

Mucho tiempo después murió Casilda mientras Papá Viejo andaba en sus andanzas guerrilleras y en un bando militar el viejo General de División ordenó que fuera consagrada santa por obra y gracia de su autoridad sobre todos los pueblos del Este.

Esa era Casilda Frías y ese día Papá Viejo decidió que no apoyaría el supuesto Gobierno de Ramón Báez, disolvió su Ejército y marchó de nuevo a Saint Thomas. Regresó cuando oyó de una nueva revolución, dirigida por el general Desiderio Arias contra el presidente Juan Isidro Jimenes, pero llegó tarde porque poco tiempo después de llegar al puerto de San Pedro de Macorís llegaron los norteamericanos y el general Arias se fue a la línea noroeste sin tirar ni un tirito.

“¡Traidor, coño,!”, gritó muchos años más tarde el viejo cuando llegaron por estas tierras los historiadores.

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