TIERRA ALTA
La película de Celoma

TIERRA ALTA<BR>La película de Celoma

POR PASTOR VASQUEZ
A mi hermano Eugenio Mieses, gran locutor dominicano, adorador de esa infancia dorada que vive en nuestros recuerdos…  A 20 kilómetros a la redonda sólo se podían encontrar dos radios.

Me dicen que uno era el de Ireno Moreno y el otro era de Viejo Carbonel. !Ah! Y me dicen que Viejo Liberato y Agapito Heredia, dos campesinos tutumpotes de Rancho Arriba, tenían cada uno un raro aparato que tocaba disco cuarenta y cinco, pero que funcionaba con una manigueta.

Yo no conocí ese asunto del “Picó” de manigueta. El único aparato de manigueta que yo vi en mi infancia fue el teléfono que había en casa del mayordomo y que sonaba como el mismo demonio cuando llamaban de la central.

De la casa del mayordomo salía un hilo de aluminio que iba siguiendo la misma trayectoria de los rieles hasta llegar al ingenio San Luis, donde estaba la central telefónica.

El radio de la casa de Ireno Moreno era de caoba, con dos grandes botones lumínicos y una antena de metal que llegaba hasta el caballete de la casa y se cruzaba de pico a pico en el techo, como si fuera un tenderete de ropa.

Se cuenta que en los días de la guerra, el radio del Viejo Carbonel, un transcontinental marca Philips, lanzaba un extraño zumbido cuando un muchacho travieso trataba de sintonizar una estación. Viejo Carbonel estaba sentado en su mecedora casi centenaria y de repente levantó su báculo amenazante:

“!Carajo!, deja ese radio, muchacho, tú no ves que estamos en guerra, y si se juntan las agujas del General Wessin y Wessin con las del coronel Caamaño se arma una maldita explosión que acaba con to’ nosotros”.

En los días del Presidente Chapita estaba prohibido encender de noche el radio, porque se decía que un general llamado Larguito tenía un aparato que podía detectar cuando alguien se atrevía a sintonizar una emisora de Cuba.

Todavía yo creía que los imbornales del mundo estaban en un lugar llamado Holanda, y que al final sólo había hielo y neblina, cuando llegó Celoma con su espectáculo de lujo.

De Celoma se decía que era inglés, que era un diablo a caballo, porque podía fabricar una arma de fuego. Él mismo se ufanaba de tener la capacidad de fabricar una emisora.

Era alto, de ojos grandes, de piel canela y tenía tanto cabello que al parecer nunca visitó el barbero en su vida peregrina.

Los niños eran felices de todos modos; una vez se juba trúcanos, otra vez la pandilla jugaba al escondido, y los más grandecitos echaban a correr la pelota en el play de Los Huacos.

Las noches eran tristes, los niños permanecían en casa, y de vez en cuando escuchaban las historias de tíos, padres y abuelos, o los embustes de algún visitante. A lo lejos, en el centro del batey, se observaba el priyè, martes y viernes, alumbrado por el fuego de los luaces.

“¡Hummm!”

Después llegó Celoma con su novedad. Era una caja de madera de 37 pulgadas de ancho, con un papel blanco en el frente que hacía de pantalla.

Una noche comenzó el espectáculo, los niños estábamos al frente de la caja de madera, con su pantalla de papel, y detrás estaba Celoma. El no permitía que nadie cruzara a su lado.

En medio de la oscuridad, los niños veían la pantalla iluminada por un farol de kerosene colocado dentro de la caja de madera, y juro por Dios que eso parecía un televisor fabricado por Celoma.

Dentro de la caja había unos muñequitos de cartón que Celoma manejaba a su antojo mientras los niños reían a carcajadas y se disputaban por estar más cerca de aquel invento.

Años después, vino el primer televisor de batería al pueblo, más atrás llegó la electricidad a Ceiba 12 y después vinieron muchos de esos aparatos que inventó John Logie Bird.

Los chiquillos luego abandonaron a Celoma. Años después lo vi triste, junto al molino de viento, maldiciendo la modernidad.

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