Tierra alta
NO DEJEMOS SOLO AL PR

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PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com
El discurso del señor presidente de la República, doctor Leonel Fernández Reyna, fue excelente, modesto, sabio, humano y puntual. Abarcó, sin muchos rodeos, pero con toda la solemnidad de Estado, lo esencial del problema que enfrentamos con la tormenta Noel.

El Presidente, como  buen jefe de Estado, invitó al presidente de la Suprema Corte de Justicia, doctor Jorge Subero Isa; al presidente de la Asamblea Nacional, doctor Reynaldo Pared Pérez; al presidente de la Cámara de Diputados, Julio César Valentín, a los representantes de los partidos políticos, a las iglesias y a otros representantes de la sociedad civil. Fue una decisión sabia y atinada, pues el problema que enfrenta la nación dominicana no es sólo del Gobierno, es un problema de toda la sociedad y del Estado mismo.

No se trata aquí de enderezar los entuertos dejados por la tormenta Noel, sino de tomar previsiones para el futuro.

Lo más importante del discurso, a mi entender, es la decisión de prohibir la construcción de viviendas y el sembradío de casuchas en la cuenca de los ríos y en zonas de influencia de las presas.

Esa es una decisión previsora, que toda la sociedad debe aplaudir y apoyar, pues la iniciativa  va, además,  acorde con la ley 64-00, de Medio Ambiente. O sea, no se está creando nada nuevo ni se está violentando ningún derecho constitucional.

Yo apoyo esta decisión. Ya llegó la hora en que terminemos con este desorden urbanístico que tanto daño ha causado a la sociedad dominicana.

Sin embargo, hay algo que me inquieta. ¿Qué va a pasar con los conglomerados humanos ya establecidos?

¿Qué van a hacer las autoridades con la ribera del río Ozama, ya saturada y contaminada por poblaciones que allí se han establecido?

Las comunidades que viven en la ribera del río Ozama son dantescas cunas de perdición, de degeneración, de propagación de enfermedades y gérmenes generadores de delincuencia y malos hábitos.

El que quiera comprobar lo que estoy diciendo que se dé un paseíto por allá. La gente vive en la más espantosa miseria, mientras el tigueraje y la delincuencia toman esos barrios como madriguera.

Hace años fui junto al doctor Henry Claude Douze, un viejo amigo de mi familia, a visitar a un poderoso millonario judío que vive en un lugar llamado Hollywood, en Florida (no el Hollywood de Los Ángeles).

Era un lugar paradisiaco, con calles adoquinadas y unos jardines que parecían un sueño. Recuerdo que el señor me preguntó  de dónde yo era y le dije que de Santo Domingo.

“¡Ah, de Santo Domingo!, yo he estado allí, fui en mi barco. Eso fue cuando hice un recorrido por algunas islas y por poco zozobra mi embarcación cerca del Canal del Viento, en Jamaica”! 

“¿!Dónde está su barco?”, le pregunté curioso. “Mi barco está aquí, en el patio de mi casa”, ven a verlo.

Pensé que el judío estaba bromeando.

Habíamos llegado de tardecita a esa mansión y, entre tragos y tragos, había anochecido sin que yo me enterara, y cuando salimos a ver el dichoso: ¡Oh sorpresa! Detrás de la casa pasaba un poderoso río, parecido al río Ozama.   Y a lo largo de ese río están esas grandes viviendas, protegidas por un bosque delantero, cruzado por calles que facilitan el recorrido. ¡Jamás podía yo imaginar que ese residencial contaba con un río así!

Detrás de cada casa había barcos y botes, con los cuales sus propietarios hacían sus aventuras al mar. Desde entonces he venido pensando si eso no se podría hacer en nuestro país. ¿Por qué no venderle esas márgenes del Ozama a personas adineradas, bajo un estricto control ambiental, para construir allí hoteles de lujo y residencias?

Con ese dinero se podría iniciar un plan de reubicación de las personas pobres que allí viven. Esta no es una idea del otro mundo, pues ya en nuestro país tenemos experiencias con lo que se ha hecho en zonas turísticas, y que no me vengan los teóricos a confundir la piedad con los espaguetis, pues una personas hambrienta y sin recursos no puede pensar en proteger los recursos naturales.

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