Tierra alta
Una carta de Vianco Martínez

<p><strong>Tierra alta<br/></strong>Una carta de Vianco Martínez</p>

PASTOR VÁSQUEZ
ceyba@hotmail.com
Hoy quiero cederle el espacio a mi amigo y colega Vianco Martínez, con la solidaridad de siempre, esperando que el señor Humberto Salazar, hombre de gran capacidad profesional, en un gesto de humildad digno de los grandes hombres, reflexione y corrija su error:

Distinguidos colegas:

Reciban ustedes un saludo afectuoso y fraternal de parte de quien suscribe.

Por este medio informo a las instituciones profesionales a las que pertenezco, la situación suscitada recientemente en el Consejo Presidencial del SIDA (COPRESIDA) y que motivó el desmembramiento de la Unidad de Comunicación y Relaciones Públicas de esa institución.

El 28 de diciembre del año 2006 recibí una notificación de cancelación por parte del director ejecutivo del COPRESIDA. Allí desempeñaba el cargo de consultor nacional en Comunicación y encargado de Redes de Comunicadores. En esos días fueron igualmente despedidas la periodista Gisela Mera y la fotorreportera Alexandra Ramírez.

La decisión del director obedeció, según su propia explicación, a que quien suscribe no tenía «afinidad política» con él y que en ese lugar no podía tener una persona que no se identificara con él en ese plano.

Como preludio de esa situación, el doctor Salazar me citó una tarde de noviembre a su despacho y me hizo una extraña e inusual petición: darle apoyo para sus causas partidistas. Especialmente para el fortalecimiento del proyecto político que él dice tener, integrándome al trabajo de consolidación de lo que él llama su «imagen política».

Me negué, amparado en la naturaleza estrictamente técnica de mi contrato, en el derecho a optar que me asiste como ciudadano y a mi decisión irrevocable de tener la decencia como único partido. A raíz de esa negativa, se inició la cuenta regresiva que terminó el pasado 28 de diciembre con el desenlace antes citado.

Quiero hacer constar que el proceder del doctor Humberto Salazar en un ámbito estrictamente técnico como el del COPRESIDA es una distorsión de la historia de esa institución.

Hace años, la nación reunió sus aspiraciones y sus esperanzas sobre el tema del VIH SIDA en un conjunto de intervenciones concertadas y bien articuladas que, poco a poco, se fueron organizando en una estrategia llamada Respuesta Nacional a la Epidemia. Para hacerla posible se buscó el consenso, a través de la discusión con instituciones del Estado y de la Sociedad Civil. Congregar a actores socialmente disímiles y políticamente adversos fue, para el COPRESIDA, una verdadera gesta.

Y este hombre llegó un buen día, autoproclamándose representante de los sectores conservadores, y empezó a desmontarla. Ahora la Respuesta Nacional va rumbo al abismo. En sus manos se va convirtiendo en una figura cantinflesca, que responde, en muchas de sus partes, a estímulos políticos y que se concentra, principalmente, en acciones efectistas, que buscan sólo crear imagen y convertir una cosa tan importante y tan seria como prevenir la expansión de la epidemia del VIH en la República Dominicana, en simples actividades faranduleras.

En el corto tiempo que tiene en COPRESIDA, Humberto Salazar ha demostrado que está inhabilitado para sostener su propia palabra. En agosto del año pasado, firmó un convenio con el rector de la UASD para marcar la medicina del futuro, a través de la capacitación en VIH de los estudiantes de la escuela de medicina de esa academia. Días después lo violentó.

Uno de los proyectos que borró sin contemplación fue el de la Red Nacional de Comunicadores por la Prevención del VIH y el SIDA. Esa Red se fue tejiendo paso a paso, en un paciente trabajo de educación y capacitación. No hubo en las zonas de trabajo de esa Red un solo comunicador que no haya sido tocado por la magia de aquel proyecto y que no haya sido llamado a ser parte de esa gran movilización social.

Para hacerla posible –y eso a ustedes les consta más que a nadie- los técnicos del COPRESIDA trabajaron sin tiempo y sin respetar distancias ni malos caminos, cruzaron valles y montañas y violaron las fronteras de la noche. Todo para que el país pudiera contar con un instrumento de educación que contribuyera con un positivo cambio de comportamiento.

A su llegada a la Dirección Ejecutiva, el doctor Salazar prometió fortalecer la Red y consolidarla como instrumento de educación y orientación de las comunidades, y en menos de lo que canta un gallo le dio la espalda.

Días después de su instalación en el cargo, reunió a todo el personal de la institución y le prometió no producir cancelaciones, y una semana más tarde mandó a la calle a la encargada de Adquisiciones, señora Elba Russo. Hasta el momento, su lista de despidos ya lleva 18 personas afectadas, entre ellas, la señora Adamilka Tavárez, a quien canceló con siete meses de embarazo.

El doctor Humberto Salazar ha degradado progresivamente la interlocución con los técnicos de la institución a los niveles más bajos que se pueda considerar y le ha ido restando dignidad. No entiende que la autoridad, ante todo, es moral y que el miedo como instrumento de gerencia ya no está de moda porque sólo puede ofrecer resultados contraproducentes.

En su ceguera, no se ha podido dar cuenta de que el COPRESIDA está compuesto, en su mayoría, por hombres y mujeres que no tienen precio, profesionales de alto rango que están luchando por su país y que se han preparado, a través de años de estudio y de trabajo, y por lo tanto merecen respeto.

Despedir a una persona porque no tenga «afinidad política» con el Director Ejecutivo, es un hecho aberrante, desde el punto de vista técnico, desde el punto de vista administrativo y desde el punto de vista moral, que borra de plano todas las prescripciones legales y constitucionales en la materia, pero ante todo, es un claro abuso de poder.

Cuando ejercen el poder, los hombres tienen que aprender a cuidarse de sí mismos, de su vanidad y de su triste egolatría, para no creerse dueños del destino de la gente que depende de sus decisiones, para no confundir el humo con las nubes y, sobre todo, para no olvidar que el cetro es para servir, no para ofender.

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