TIERRAMÉRICA
Innovadores ambientales trazan círculos virtuosos

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MONTEVIDEO, Tierramérica.  Un método para revolucionar la minería del oro; un agrocombustible con aceite usado de cocina; un contenedor al que entra basura y aguas servidas y salen cuatro productos útiles y cero desperdicio. Ciencia latinoamericana aplicada al ambiente.

El oro limpio existe.  El ingeniero metalúrgico peruano Carlos Villachica dedicó su vida a intentar conciliar dos riquezas de su país: los yacimientos minerales, concentrados en la cordillera de los Andes y la Amazonia, y la gran diversidad de flora y fauna.

Villachica invirtió 42 de sus 62 años en investigación. Su último invento es el proyecto «Oro ecológico» para la pequeña minería. Se trata de procesar el oro fino sin una gota del tóxico mercurio.

Más de 250,000 familias dependen de la pequeña minería aurífera en Perú y la mayoría emplea mercurio para separar el oro de la arenilla negra, un concentrado que se obtiene de la grava, mezcla de piedra, arena y minerales de varios ríos amazónicos como los de la depredada región de Madre de Dios, en el sudeste. El método de Villachica separa el oro fino de los demás minerales luego de agitar el concentrado en un aparato similar a una licuadora con agua, unas gotas de alcohol y fosfato.

En la «licuadora» –un adaptador mecánico que se usa en la minería, especialmente acondicionado para el proyecto– el alcohol y el aire que ingresan al depósito generan unas burbujas pequeñas a las que se pegan los granos de oro fino por la presencia del fosfato. Como resultado, el oro termina flotando en la mezcla,  listo para ser fundido.

Se evita así el mercurio, con beneficios múltiples, afirma el inventor. No se contaminan ríos ni suelos, se reduce el tiempo del proceso y se captura más oro que en con el método tradicional.

Extraer 40 gramos de oro puede insumir dos horas y media con mercurio, que permite extraer 80% del metal concentrado. Mediante el «Oro ecológico», se recupera 95% del metal y en solo media hora. «Tenemos una megabiodiversidad que proteger y que es más importante que los minerales que tenemos. Y para eso debe crearse la tecnología más innovadora», dijo Villachica a Tierramérica. Como apenas se emplean 6 miligramos de alcohol y de fosfato por litro de agua, estos elementos no constituyen amenaza al ambiente. La dosis tóxica de esta mezcla para larvas de truchas es de 1,200 miligramos por litro.

El método, premiado en junio por el gubernamental Programa de Ciencia y Tecnología, no depende sólo de este ingeniero. Sus tres hijas tomaron la posta y ahora se ocupan con el padre de llevarlo adelante: Joyce, ingeniera química, Leslye, ingeniera metalúrgica y Eileen, ingeniera ambiental.

«El reto está en defender las ideas y demostrar que se pueden poner en práctica», dijo a Tierramérica Leslye Villachica, de 31 años.

Cuatro pequeños mineros ya aplican la invención de los Villachica en Madre de Dios. El próximo paso es implementar un proyecto propio en sociedad con comunidades nativas de la Amazonia. Ya se hicieron pruebas y se contactaron  compradores de Francia y Suiza, dispuestos a pagar la onza así obtenida 15 por ciento más que el precio del mercado.

Según Villachica, esta tecnología puede aplicarse a gran escala, si el Gobierno decidiera promoverla. Para 2016 se podría reducir hasta en 80% la cantidad de mercurio empleada por los pequeños mineros, estimó.

Y además a mediano y largo plazo es mucho más rentable. Un pequeño minero gasta entre 200 y 300 dólares por mes en mercurio para obtener entre dos y tres kilogramos de oro. La máquina de Villachica para ese volumen de producción puede costar US$4,000, por lo que la inversión se recuperaría en unos 10 meses.

Combustible limpio salta de la sartén.  Un catalizador, que convierte el aceite de cocina usado en biocombustible no contaminante, es el hallazgo del joven químico brasileño Leandro Alves de Sousa, que inició las investigaciones en su maestría y, a los 28 años, ya recibió premios y ofertas de grandes empresas interesadas en su tecnología.

La gran diferencia de este combustible es que, al contrario del biodiésel habitual, no necesita agregado de gasóleo para que lo empleen los motores, dijo este alumno del doctorado del Programa de Ingeniería Química del Instituto Alberto Luiz Coimbra de Posgraduación e Investigación en Ingeniería de la Universidad Federal de Río de Janeiro.

«Por pequeña que sea la cantidad, usar combustibles fósiles genera una cantidad de dióxido de carbono que es emitida sin contrapartida, y que contribuirá a acentuar el calentamiento global», dijo De Sousa a Tierramérica.

«Como la materia prima es totalmente vegetal, el ciclo se cierra», agregó.

El aceite recibe un hidrotratamiento, empleando como catalizador el carburo de molibdeno. Es «una especie de polvo agregado a la materia prima y que la convierte en otra sustancia», dijo De Sousa.

«Además de reaprovechar el aceite, evitamos el conflicto de los productores agrarios entre destinar sus cultivos a la alimentación o a la energía». Así, «la misma cosecha será primero alimento y después combustible», comentó De Sousa.

También  se resuelve la aparición de un subproducto difícil de comercializar y cuya acumulación sin cuidado puede causar problemas ambientales, la glicerina resultante del refinado de biodiésel. «Con el sistema que creé, el único subproducto es el agua», dice.

Mientras profundiza su investigación, De Sousa añade que «los resultados de nuevos estudios esclarecerán la capacidad de este método de aplicarse a gran escala».

De agua servida.  Lo que empezó como un diseño para reciclar agua en una vivienda mexicana se convirtió en método para aprovechar desechos en la obtención de biofertilizante y energía.

El físico-matemático mexicano Jesús Arias, de 67 años y vocación ecologista, quería reutilizar el agua de su casa, que construyó junto con su hermano en 1969 en la comunidad de San Vicente Chimalhuacán, unos 65 kilómetros al sudeste de Ciudad de México.

 «Empezó como una iniciativa social. En 1970 modifiqué una fosa séptica. Así construí el primer biodigestor para aguas residuales», dijo Arias a Tierramérica.

La obra acabó dando a luz la fundación Xochicalli, «casa de flores» en lengua náhuatl.

Ese fue el germen del sistema unitario de tratamiento y reciclaje de aguas negras y energía.

Camaroneras entre la certificación y el maquillaje

Danilo Valladares

GUATEMALA, sep (Tierramérica)    La industria camaronera, una de las más destructivas del ecosistema costero, se encamina a adoptar pautas para su certificación ambiental de la mano del prestigioso Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).

En 2007, WWF inició los Diálogos de la Acuicultura Camaronera con el propósito de establecer normas para productos de las granjas camaroneras, destinadas a reducir sus impactos ambientales.

Hasta 2010 se desarrollaron seis  rondas de conversaciones, dos en Madagascar y las demás en Belice, Ecuador, Tailandia e Indonesia, con ejecutivos de la industria, organizaciones no gubernamentales, académicos y gobernantes.  Fruto de estas conversaciones nació en diciembre de 2010 el «Proyecto de normas para acuicultura responsable del camarón», que desarrolla asuntos como ubicación de las granjas, prácticas laborales responsables, uso y contaminación del agua, biodiversidad y respeto de las leyes nacionales, entre otros. Las normas se basan en ocho Principios Internacionales para el Cultivo de Camarones, adoptados en 2006 por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) tras 140 reuniones con más de 8,000 participantes y la publicación de 40 estudios científicos.

Pese a a esto, activistas señalan que la certificación será una amenaza para el ecosistema marino costero y la subsistencia de decenas de miles de familias de pescadores artesanales.

«Los planes para certificar la acuicultura industrial están influenciados por los intereses de la industria acuícola, y no reflejan los deseos de las comunidades locales y pueblos indígenas afectados», dijo a Tierramérica el activista Alfredo Quarto, de la estadounidense Mangrove Action Project. En una carta enviada a WWF a fines 2010, ecologistas de distintas regiones, incluido Quarto, expresaron una lista de preocupaciones sobre el borrador, como el riesgo de «incumplir acuerdos internacionales como el Convenio Sobre la Diversidad Biológica y la Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional». También ven «inaceptable» el uso de soja transgénica o aceite de palma como alimento de los camarones por considerar que esos cultivos están asociados a la pérdida de biodiversidad, la apropiación de tierras y la reducción de medios de subsistencia.

Los ambientalistas sostienen que las pérdidas económicas, sociales, culturales y de biodiversidad en las comunidades «no pueden ser reducidas a una suma sustancial de dinero» y piden una moratoria de los diálogos hasta que se tenga en cuenta la participación de las comunidades.

Quarto criticó, además, a José Villalón, director del programa de acuicultura de WWF, «por haber sido directivo de una compañía acusada de cometer violaciones laborales y destrucción del ambiente: la noruega Marine Harvest».

Quarto admitió que lograr la sustentabilidad de la cría de camarón es sólo una parte de la solución del problema. “Mientras no se reduzca la demanda, la industria seguirá fuera de control», matizó.

Para Villalón, en cambio, los estándares para certificar la camaronicultura industrial «son una herramienta viable, poderosa y transparente para asegurar que los impactos de la industria sean considerados y reducidos», dijo a Tierramérica. Villalón, un biólogo pesquero egresado de la Universidad de Washington con amplia experiencia en la industria, reconoció que la acuicultura «no desparecerá», lo cual hace necesario certificarla «para reducir significativamente sus impactos», dijo.

El biólogo rechazó la acusación de que en los debates no participaron las comunidades afectadas. «No creo que ningún otro proceso de desarrollar estándares ha invitado e involucrado a representantes del sector indígena como el Diálogo sobre la Acuicultura del Camarón», afirmó. Sobre su trabajo para Marine Harvest, el directivo de WWF precisó que laboró 12 años para una empresa en Ecuador, que fue adquirida finalmente por Marine Harvest.

«Mi función fue producir camarón, y la empresa nunca fue acusada ni implicada en abusos laborales o ambientales», dijo.

Según Villalón, WWF quiere asegurar que la acuicultura se haga bien y de forma responsable para reducir sus daños, «especialmente si los estándares son medibles».

«No creo que ningún otro estándar de acuicultura atienda los impactos tan rigurosamente como estos”, explicó.

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