Tiranía democrática

Tiranía democrática

EDUARDO JORGE PRATS
Uno de los grandes errores que hemos cometido en América Latina es pensar que los problemas asociados a las democracias realmente existentes en la región se resuelven con más democracia. Quien piense así es tan iluso como el médico que entiende que es posible bajar la fiebre en un paciente aumentando la temperatura de las colchas con la que éste se arropa: pero ya la sabiduría popular nos dice desde hace siglos que la fiebre no está en la sábana.

Asumir que los problemas presentes en las democracias realmente existentes se solucionan perfeccionando los mecanismos democráticos tiene como presupuesto la creencia de que estas democracias no funcionan bien en la práctica y que hay que acercar el funcionamiento real de las mismas al modelo teórico-político que le sirve de fundamento. Pero la democracia acarrea problemas y peligros que no son fruto de un mal funcionamiento de ella sino que están inscritos en el código operativo del sistema político democrático.

Estos problemas y peligros surgen de un hecho fundamental ya explicado por Carl Schmitt en su obra “El concepto de lo político”: “las fuerzas de la democracia […] no son nada liberales ya que son esencialmente políticas y conducentes, incluso, a Estados totales”. Y es que hay una diferencia radical entre liberalismo y democracia: el liberalismo parte de que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente -de donde nace la necesidad de limitar al poder mediante la división de poderes y la garantía de las libertades-, en tanto que, en la democracia, como todo el poder deriva del pueblo, no se acepta, en principio, como legítima ninguna limitación al poder popular -que todo lo quiere y todo lo puede-, limitación que siempre será una subversión al derecho absoluto del pueblo a autodeterminarse.

Es por lo anterior que, como bien explica Schmitt en “La crisis de la democracia parlamentaria”, “la dictadura no es antagónica con la democracia”. Es más, podría afirmarse que una democracia llevada a su máxima expresión es necesariamente dictadura, dictadura soberana, dictadura regida por el gran y único soberano que es el pueblo. O mejor: “una dictadura no es posible si no sobre una base democrática”. Por eso, afirma Schmitt, el comunismo y el fascismo son, como toda dictadura, antiliberales, “más no necesariamente antidemocráticos”. La democracia, cuando no es sujeta a los límites de la Constitución, es necesariamente “democracia iliberal” (Fareed Zakaria) o “democradura” (Schmitter). Una dictadura no democrática puede, sin embargo, respetar ciertas libertades y ser, por tanto, una “dictablanda” o “dictadura liberal”.

Pero la peor dictadura es la del pueblo o, para decirlo con las palabras de Juan Bosch, la “dictadura con respaldo popular”. Y es que la dictadura de un hombre pesa menos que la de un millón de personas. Pero ojo: desde Napoleón hasta Chávez, la dictadura democrática, la que se legitima con plebiscitos y referendos regulares, siempre desemboca en la dictadura de un hombre. Y es que la dictadura plesbicitaria no requiere al final la participación popular. Ya lo afirma Schmitt en “Sobre el parlamentarismo”: “La opinión unánime de cien millones de particulares no es ni la voluntad del pueblo ni la opinión pública. Cabe expresar la voluntad del pueblo mediante la aclamación […] mediante su existencia obvia e incontestada, igual de bien y de forma aun más democrática que mediante un aparato estadístico”. Quien dude esto que le pregunte a Jesús y a Barrabás.

Detener la tendencia de la democracia a concentrar e intensificar el poder requiere entonces acudir al constitucionalismo. Este no es más que una tecnología de limitación del poder mediante su división -para que el poder frene al poder (Montesquieu)- y su sumisión al Derecho. Esto requiere la construcción de instituciones para la libertad por una república de personas libres (Kant) que impida la tiranía de la mayoría (Toqueville) y la democracia totalitaria (Marcuse) o mesiánica (Talmond). Se busca así un Estado fuerte (Hayek) que, garantizando las libertades de todos, evite la coerción, las políticas de muerte y la violencia de los macropoderes salvajes (Ferrajoli), de los poderes invisibles (Bobbio), fácticos y privados, del fascismo social. De repúblicas aéreas (Bolívar) debemos pasar a ser repúblicas gobernadas por leyes y no por hombres.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas