Tiro Fijo

Tiro Fijo

CHIQUI VICIOSO
Vi a la madre de Ingrid Betancourt llorar, en la última reunión de la Red de Intelectuales por la Defensa de la Humanidad, en Caracas. Y la oí contar cómo el gobierno de Uribe había frustrado, una vez más, el intento de sacar a Ingrid, esa vez, por el Ecuador, algo en lo que trabajaba el llamado “Canciller de las FARC” cuando, en una operación a lo Rambo, lo mataron en la frontera Ecuador- Colombia.

También la oí decir que no se sentía segura en su país y por ello había optado por vivir en Caracas, y me asombré de que su testimonio no fuese difundido por las grandes cadenas mediáticas, hoy empeñadas en demonizar a las FARC y a su recientemente fallecido fundador Pedro Antonio Marin Marin , mejor conocido como Manuel Marulanda, alias “Tiro Fijo”.

Si escribo este artículo es porque por ahí voy leyendo opiniones de gente desinformada, tratando de enlodar la memoria de un dirigente campesino que no tuvo otra opción que las armas. En efecto, durante 60 años Marulanda organizó movimientos campesinos y comunidades rurales, y cuando todas las vías democráticas se le cerraron de manera brutal, fundó las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Hijo de una familia de campesinos que vivían en la extrema pobreza, hombre que nunca conoció a Bogotá ni al mar, Marulanda se convirtió en el dirigente campesino más buscado por un ejército de más de 250,000 militares colombianos, 35,000 paramilitares integrados a escuadrones de la muerte; y miles de “boinas verdes”, financiados por dos mil millones de dólares de esa contraparte de la Operación Cóndor que fue y es el “Plan Colombia”.

Vocero de los afro-colombianos costeños, de los indio-colombianos de las montañas y selvas, de millones de campesinos desplazados, Marulanda reclutó sus milicianos de los pueblos arrasados. Un tercio de los comandantes son mujeres, y más del 70% son campesinos.

Convencido de que la oligarquía colombiana no entendía otro mensaje que no fuera el de las armas, no se opuso a que un vasto abanico de izquierda formara la Unión Patriótica, ni a que participaran en las elecciones, pero prefirió quedarse en las montañas, sabiendo que las fuerzas conservadoras jamás iban a admitir que se les derrotara en las urnas. Desde allá fue testigo del asesinato de más de 5,000 miembros de la Unión Patriótica solo en 1987, por las fuerzas paramilitares, entre ellos tres candidatos a la presidencia, una docena de congresistas, alcaldes, concejales y mujeres candidatas.

Es por eso que me sigue sorprendiendo que el aparato mediático convencional se centre en desatar la compasión de la humanidad por una ilustre hija de la oligarquía colombiana que optó por la política, mientras silencia las razones que provocaron su secuestro y los intentos de canjearla por 150 prisioneros de las FARC que tiene el ejército, o no hable de los 300,000 campesinos asesinados por esas mismas fuerzas armadas, hasta la fecha.

Con los recientes resultados de las elecciones presidenciales, en nuestro país (donde la delincuencia es solo un indicador del creciente irrespeto de la gente popular frente a estructuras gubernamentales que no contribuyen a resolver su deshumanizante realidad) se ha abierto un nuevo compás de espera.

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