Poco después de haber publicado mi libro de relatos Traicionero Aguardiente, una señora con la cual me topé en una librería, y que sostenía en sus manos el volumen, me dijo sonriendo:
-Me hubiera gustado más que el título de esta obra suya fuera Cuentos mojados con romo, o Historias de jumos locos. Estoy segura de que se venderían más ejemplares, si hubiera usado uno de ellos, y no ese tan poético y flojo.
Con El caniquín de los hijos tuve problemas desde que salió en los diarios la reseña de su publicación.
Se debió a que muchos jóvenes no conocían el significado del vocablo del argot popular Caniquín, muy usado en las décadas del cuarenta y el cincuenta.
La palabra es sinónimo de fastidio, molestia, y acostumbraban dispararla mis padres frente a las travesuras de sus hijos, gritando: ¡dejen el caniquín!
Muchos consideraron que el volumen debió llevar el título del relato que inicia el volumen y que es Los hijos sacan de quicio, señalando que expresa una penosa realidad.
Una señora que había leído mi libro titulado ¿Quién entiende a las mujeres? me sugirió cuando coincidimos en una sala de cine que mi próxima obra debería tener como tema lo insoportable de los hombres.
En relación con mi novela Las desventuras amorosas de un solterón, un viejo amigo afirmó que debió llevar como subtítulo “Autobiografía disimulada de un ex parrandero”.
Un colega periodista que compró un ejemplar de mi libro Brincando por la Vida, cuando hace alusión a la obra dice: no me canso de leer el volumen tuyo “Bebiendo y mujereando sin parar”.
Reí con gusto cuando al mencionar el falso título, un señor que estaba cerca de nosotros, me dijo que no conocía esa obra mía pese a que había leído casi todas.
Pero más que a Las desventuras amorosas de un solterón, al volumen mío que mayor carácter autobiográfico le han atribuido sus lectores es a la novela Dos machazos mujeriegos.
Se debe a que en ella describo de forma prolija el asedio a que somete el joven protagonista a la trabajadora doméstica de su casa.
Y como en varias entrevistas periodísticas he revelado que en mis años juveniles eran esas ayudantes de amas de casa quienes nos revelaban los placeres del sexo, algunos creen que la citada descripción forma parte de mis memorias.
Un dirigente político dijo que de haber escrito el libro lo habría titulado Los encantos de las representantes del sindicato de grasa y humo.