Tocqueville y la «democracia» dominicana

Tocqueville y la «democracia» dominicana

PEDRO PADILLA TONOS
En los últimos años como embajador de la República en Gran Bretaña, ante las Naciones Unidas y en Italia, pude conocer los medios de vigilancia, de control y de sanción existentes en esos países sobre la actuación y comportamiento de sus respectivos gobiernos obligados a cumplir con el mandato de la Constitución y las leyes y con la voluntad soberana del pueblo que los eligió para un período determinado.

Esa experiencia, enriquecida por mi asidua presencia en el Parlamento británico especialmente en el «question day» que es el día de la semana en que el Primer Ministro se presenta ante el Parlamento a rendir cuentas de su gestión, así como mis continuas visitas y reuniones en el Parlamento italiano con tantos y buenos amigos parlamentarios, ha aumentado mis preocupaciones sobre el presente y el porvenir de la «democracia» dominicana, al observar el proceder no solo de los distintos Poderes del Estado, sino de los partidos políticos, de la clase empresarial, la censura impuesta autoimpuesta de importantes medios de comunicación cuya obligación primaria es ayudar a formar una opinión pública libre y objetiva que refleje los verdaderos intereses de la sociedad y lo que es más grave aún, el irespeto generalizado de la Constitución y las leyes de la República y el drama de injusticia, desigualdad, miseria y atraso que agobia a la inmensa mayoría del pueblo dominicano.

Ese cuadro, que viene desde lejos y se agrava cada día parece encajar perfectamente en el marco de las consideraciones de Charles de Tocqueville, respetado liberal y reputado escritor, historiador y político francés del siglo XIX, quien en sus magníficas obras «La democracia en América» y «El antiguo régimen y la revolución», entre otra cosas expresaba: «En la democracia los votos se cuentan pero no se pesan. De ese modo la cantidad termina por valer más que la calidad y los menos inteligentes terminan siempre por gobernar. Gobiernan arruinando el único sistema de gobierno posible, la democracia, que es el porvenir de las sociedades avanzadas.»

Esa similitud que mi confusión mental trata de establecer entre las ideas de Tocqueville y la «democracia» dominicana me obligan a formular las siguientes preguntas:

¿Acaso no son los que nos gobiernan los más inteligentes?

¿No es verdad que el voto de los dominicanos expresado en las urnas el día de las elecciones no solo se cuenta sino que también se pesa y de que sirve no solamente para elegir gobiernos sino para participar en la gobernabilidad, siendo reciprocado por las autoridades en el poder con realizaciones a favor del pueblo?

¿No es cierto que en nuestro país existe un gran bienestar y progreso político, económico, social, cultural y moral?

¿No es verdad que en nuestro país no existe una gran concentración de poder en manos del Presidente de la República y que el Art. 55 de la Constitución no lo convierte en dueño y señor de la Nación?

¿No son nuestros partidos políticos instituciones civilizadas, avanzadas y preocupadas por los intereses del pueblo y constituyen el más válido interlocutor entre el gobierno y la sociedad, estén en el poder o en la oposición?

¿No está la mayoría de los dominicanos debidamente educada y culturizada para evitar que cada cuatro años se le engañe con promesas que no se cumplen y para exigir a los que nos gobiernan o «desgobiernan» que tienen y deben cumplir con sus obligaciones frente al pueblo?

¿No es nuestro país un modelo de respeto a la Constitución y las leyes?

¿No es nuestro Poder Judicial un templo de justicia y pulcritud?

¿No es nuestro Congreso Nacional un digno representante de la voluntad y los intereses del pueblo?

Las respuestas positivas que en mi mente deseaba dar a esas preguntas buscaban alejar mis preocupaciones de las ideas de Tocqueville, tranquilizando mi espíritu y convenciéndome de que nuestro país impera una real «democracia». Me llegó entonces por debajo de la puerta el «informe nacional de desarrollo humano del 2005» elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en el que se expresa que «la causa principal de la pobreza dominicana y del bajo desarrollo humano relativo no es la falta de financiamiento y de recursos económicos, sino el escaso compromiso con el progreso colectivo de parte del liderazgo nacional político y empresarial durante las últimas décadas», y concluye: «la República Dominicana se ha insertado en la dinámica mundial de una manera que es social, económica e institucionalmente excluyente, con un modelo que es insostenible en el mediano plazo.»

Mientras meditaba sobre el informe de las Naciones Unidas escuchaba en la televisión a exponentes del gobierno nacional hablando de los grandes logros obtenidos y del halagador futuro que tiene asegurado el pueblo dominicano ¿Sin energía eléctrica, falta de salud, de educación, con violencia, corrupción, derroche de los fondos públicos, desaparición de la clase media y crecimiento de la pobre y la descomposición social y moral que invade todos los sectores y rincones de la República?

Ahí llegó al límite mi confusión mental. Me regreso a seguir leyendo a Tocqueville y a los liberales del siglo XIX, que es la época en que parece que aún se encuentra la República Dominicana.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas