Todas las Rusias valen un veneno

Todas las Rusias valen un veneno

UBI RIVAS
La noche del 16 de diciembre de 1916, el príncipe Yussupoff, esposo de una sobrina del zar Nicolás II, invitó a compartir una bebentina al monje Raspitín a su residencia en el palacio Moika de Moscú para premeditadamente asesinarlo. El príncipe Yussupoff, desbordado de envidia por la visible influencia de Rasputín ejercía sobre la zarina Alexandra Fedorovna porque conseguía mediante hipnosis, detener la hemofilia del zarevich Alexis, suministró discretamente en las bebidas y alimentos dosis enormes de cianuro de potasio.

Rasputín, muy alerta de las ronchas que provocaba en la corte por su influjo mágico y su dominio de la zarina, a quien se afirma poseía sexualmente, ingería dosis pequeñas a diario de diferentes venenos, y cuando los que le suministró Yussupoff no dieron los resultados perseguidos, el príncipe se desesperó y disparó seis tiros con su Parabellum al monje maldito que no obstante herido de muerte, se abalanzó sobre su asesino, que precisó otra descarga y finalmente virarlo casi inerte al Neva.

En el trayecto desde entonces hasta hoy, 88 años, el veneno vuelve a ser el protagonista de las instancias políticas de Rusia, en esta ocasión, intentar el gobierno de Ukrania que preside Leonid Kuchma, marioneta de Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, vale decir, de la otrora Todas las Rusias de la lóbrega etapa zarista y luego no menos fatídica era bolchevique, envenenar con dioxina en otra cena, esta vez contra Viktor Yushchenko, a la cual fue invitado el cinco de septiembre último por Ihor Smeshko, jefe de la seguridad de Ukrania.

Yushchenko «perdió» las elecciones del 21 de noviembre último frente a su oficialista rival, Viktor Yanukovych, que por el escándalo que suscitó, fueron anuladas y transferidas para una segunda ronda que se efectuó el 26 de diciembre último que fue ganada por Yuschenko con el 52.01% frente a un 44.18% de Yunakovych, negándose éste y el gobierno títere de Kuchma, a aceptar el veredicto electoral.

El día 12 de diciembre último, Putin, que tiene frentes tremendos como restaurar el viejo orden que la nefasta revolución de octubre de 1917 quebró para iniciar una etapa lóbrega y de desperdicio de tiempo de 73 años en dislates comunistas, reconstruir la deshecha economía rusa, modernizar el arsenal nuclear y misilístico y más que todo, cohecionar la Federación Rusa que inició un sesgo con Chechenia hace ya 36 meses, anunciaba, en una demostración que destemplanza y desesperación, que anulaba el federalismo.

Traduce esa disposición, que en lo sucesivo, cesa la elección en las 89 entidades federadas por consenso, y en lo sucesivo, depende de la dedocracia del Kremlin, es decir, retornar a los métodos expeditos, tan en consonancia con la tormentosa historia rusa, raíz determinativa que impide precisamente su cohesión, porque los rusos de todas las repúblicas, nunca conocieron hasta la caída del muro de Berlín en 1989, el albedrío de las libertades individuales, porque del hermetismo brutal zarista pasaron sin apenas el respiro de la República de Alejandro Kerensky que diluyó la revolución de octubre.

Es la diferencia y la ventaja enorme que ostentan Estados Unidos, que siempre han disfrutado de las libertades individuales, de la democracia pura preconizada por Tocqueville, que solo hablan una lengua oficial y en que la ley de la oferta y la demanda es el desideratum de esa gran sociedad.

Es por ese fardo de realidades y otras más inefables, que el presidente Putin alegó con una dosis enorme de amargor, el 23 de diciembre último, temer que Occidente lo aísle, cuando es el mismo que aísla a todas las Rusias…

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