Todavía no estamos preparados para grandes huracanes

Todavía no estamos preparados para grandes huracanes

Altagracia Paulino

Después del paso del más mortífero de los huracanes que han cruzado por la isla, el San Zenón, el 3 de septiembre del 1930, de categoría 5, se inició un ligero cambio en la construcción de viviendas porque, para la época, la yagua y el zinc eran la forma de cobijar los techos de las casas.

Contaba mi padre que las hojas de zinc volaban como plumas y atravesaban árboles, animales y personas por lo que la cantidad de muertos fue inconmensurable.

Cuando pasó el huracán David, en el 1979, también de categoría 5,-con un saldo de 2,068 muertos- la historia no cambió mucho. Vimos techos enteros desintegrarse, volar por los aires, cayendo en lugares desconocidos, el zinc que se deshojaba como una rosa marchita.

Además de damnificados, los daños a las propiedades y a la agricultura se calcularon en mil quinientos cuarenta millones de dólares. Como siempre viene otro detrás, apareció la tormenta Federico, cuyas aguas produjeron cuantiosos daños; recuerdo haber visto vacas ahogadas en el río Yuna. Muchas familias quedaron sin nada.

El 22 de septiembre de 1998 vino Georges, categoría 4, dejó 615 muertos y 5,900 millones de dólares en pérdidas.

Le puede interesar: Cultura del engaño y posverdad

En el 2007, llegaron en fila, Noel y Olga, dos tormentas: Noel que provocó una semana de lluvias, desde el 29 de octubre al 7 de noviembre, dejando un saldo de 56 muertos, 27 desaparecidos, derribó 21 puentes y 52 comunidades aisladas.

El 11 de diciembre vino Olga, dejó un saldo de 14 muertos, cerca de siete mil casas destruidas. Olga propició precipitaciones de 100 mililitros. Olga y Noel dejaron pérdidas de 14 mil millones de pesos. Ambas tormentas afectaron todo el país, principalmente en la provincia Monseñor Nouel y dañaron la producción del área del Yuna.

Fiona, categoría 1 dejó tres muertos y cuantiosos daños en la región Este y Noreste. Los resultados de Fiona dan señales de que hemos aprendido a gestionar los riesgos, lo cual es una falsa percepción por la categoría que fue y, pese a ello, “ahogó” a Higüey con 500 mililitros de agua.

Si Fiona hubiese sido categoría 4 o 5, nadie sabe cómo serían los daños, y más, si hubiera entrado a la Capital y las demás zonas vulnerables, otra fuera la historia -afortunadamente fue suave.

Todavía los techos de zinc son una realidad, la mayoría de las viviendas son vulnerables ya sea por el techado o por el lugar donde se construyen, no solo en áreas cercanas a los ríos, sino también en las ciudades donde se secaron humedales para la construcción de viviendas, zonas que cuando llueve se inundan.

En la ciudad de Miami, donde más humedales se han secado para construir urbanizaciones, se tomó en cuenta dejar el espacio para la acumulación de agua, porque el agua siempre busca su lecho. De ahí que haya tantos lagos en esa ciudad.

En la avenida Luperón y las urbanizaciones que la circundan, con muy pocas lluvias hay inundaciones porque no se dejó espacio para el agua, lo mismo ocurre con otras urbanizaciones construidas a partir de la eliminación de los humedales.

De modo que no estamos preparados para la mitigación ni la adaptación a los grandes huracanes y se debe estudiar mejor la gestión de los riesgos.