En cambio, lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Gálatas 5: 22-23.
Todo el que siembra busca la mejor semilla para obtener los mejores frutos. Nadie que sepa que la semilla que escogió no es buena la sembrará; porque lo que espera al final es lo mejor, y no invertirá tiempo, dinero y trabajo en algo que no va a resultar beneficioso.
Nosotros estamos llenos de semillas que no son buenas, las cuales debemos empezar a depurar y desechar para sacarlas de nuestras vidas, porque nada bueno nos dan. Al contrario, traen pérdidas en nuestro desarrollo espiritual y nos dañan la cosecha.
El Espíritu Santo produce los mejores frutos, los cuales son testimonio de la buena semilla que mora en nosotros, la cual debe cuidarse para que cada vez los frutos sean mayores. Así podemos dar más amor, alegría; tener más paz; ser más amables, bondadosos, fieles, humildes y tener mayor dominio propio.
La inversión que hagamos está respaldada porque los beneficios de esta semilla garantizan los frutos de nuestros hijos, nietos, etc., pues todo buen árbol da buenos frutos.