No vayáis a creer que siempre es kilométrica la distancia entre la pre-figuración de un hecho y su consumación. Además vivimos ya imbuidos en una ficticia ubicuidad para hacer creer que estamos donde no estamos. Allá y aquí al mismo tiempo, lo que, sin embargo en ocasiones hace aparecer con versiones diferentes a unos mismos seres cuando ocupan lugar en pantallas televisas.
No se sabría si él que está allí abominando de prácticas y políticas pasadas es el mismo que antes parecía cometerlas o si lo que pasó fue que se ha desdoblado para que fuera su otro yo el que asumiera novedosas posiciones. Replay para consumo público.
La hermosura de una presentadora vista por cualquier lector días antes sin maquillaje y tomando el sol en la playa no tiene arrugas ni chichos esta vez. Quiere decir que envió un duplicado de sí misma, finamente maquillado y refrenado ventralmente por el componedor de figuras llamado corsé, para resultar una estrella en la virtualidad.
Alguien a quien por sus ingresos ordinarios uno suponía de modestos haberes es el que luego explica en las imágenes electrónicas que en realidad es riquísimo y casi convence de que no fue como por arte de magia que acumuló millones. Ahora no se sabría cuál es el verdadero: el pobre diablo que uno tenía por consabido, hecho y derecho, o el que, tras las magia del zoom, llegó al canal con los billeteras repletas.
Antes de que llegara la pandemia y ocurrieran las elecciones, el país recibía seguridades desde un notable personaje de que en caso de asumir la debida posición de mando habría transparencia en los precios de los combustibles y que por tanto bajarían. Llegada la moda de lo no presencial, el lado bueno de quien formulaba la promesa se queda en casa. El que ahora sale a relucir asumiendo la realidad de que no podría ser verdad tanta belleza, parece irreconocible en las señales de TV. Su alter ego lo hace disentir de sí mismo con cara extraña, que es lo que permiten las teleconferencias.
Los hay que reniegan de lo que en su don de ubicuidad han aparecido como rindiendo cuentas impecables o lanzando rayos y centellas en espacios electrónicos. Luego ha sucedido que no. Que ellos en realidad piensan y actúan diferentes. Culpa de la virtualidades que luego de sus explosiones de sinceridad o de cólera, hace renacer en sus espíritus, off zoom, unas ganas enorme de parecer mejores.
Ya presenciarán, señores, a vibrantes candidatos a legisladores de ayer haciendo fila para, desde la virtualidad, tratar de convencer a todo el mundo de que los barrilitos y sus símiles en forma de cofre solo eran malos en sus discursos de campaña. Que para ellos, haciéndonos recordar a Satanás, no es lo mismo condenar a unas bicocas que verlas llegar.