Todo esto comenzó con el Metro

Todo esto comenzó con el Metro

LUIS SCHEKER ORTIZ
Hace largo tiempo me leí un pequeño libro titulado It all started with Marx, de Richard Armour, donde hace una irreverente historia del comunismo ruso. Salvadas las distancias, me permití robarle el título, pues todo ese desorden administrativo, la carencia de prioridades nacionales, las incoherencias, la improvisación, la permisibilidad y tolerancia, todo esto comenzó con el Metro. El Metro debió reservarse, si acaso, para la reelección del 2008. Pero las apetencias lo precipitaron. Y, metro a metro, se ha tragado la popularidad del Señor Presidente que debió preservarse como estadista, no como jefe de un partido a la cañona.

En estos momentos, el Presidente de la República, su partido político y el comando de campaña que buscan la reelección, deben de sentirse tremendamente preocupados. A tres años de su mandato, entrando en la recta final, los puntos luminosos son menos que las grandes manchas que se observan y que percibe la población…

Los resultados de la Encuesta Gallup publicada en este periódico Hoy, el 20 de agosto de 2007, son devastadores y debieron producir un cambio radical en la gestión del gobierno que no se observa. Todo lo contrario. Las cosas marchan de mal en peor. El halo del señor Presidente se mantiene, no obstante el fracaso de su primera y de la actual, pero nos preguntamos si los votantes, responsables de su mandato, están dispuestos a correr un tercer riesgo a pesar de las limitaciones de una segunda opción.

¿Cuándo comenzó todo esto? En los primeros detalles. De igual manera que la crisis de parejas no comienza cuando ésta estalla y se hace irreversible, la de los gobiernos empieza con los primeros desaires y desatinos, que al principio poco importan, hasta que hacen mella y llegan el desamor y con él la ruptura inevitable. El nombramiento de su Gabinete con las mismas figuras que habían hecho impopular su primer mandato, algunos con cuentas pendientes en la justicia, fue de los primeros desatinos Vaticinaba más de lo mismo. Lo otro, más trascendente e importante lo fue el anunciado proyecto de construcción de un mega-proyecto, para solucionar el problema del transporte urbano: impensado, dispendioso, que nadie quería, y que se llevaría la mayor parte del presupuesto nacional, y precipitaría cuantiosos préstamos internacionales, distrayendo al gobierno de sus principales responsabilidades y compromisos prioritarios.

Los desastres del gobierno anterior perredeísta toleró esos desafueros que más temprano que tarde serían tomados en cuenta, al sumarse otros muchos más: La Isla Artificial, la sempiterna crisis energética mal manejada, la desatención de los problemas del sector salud, educación, el suministro de agua potable y otros servicios básicos unidos a la pobreza, el desempleo, el clientelismo exagerado y frecuentes viajes y cumbres que nada resuelven, la angurria fiscalista, que se traduce en sueldos inflados, aumento de nóminas y dietas de funcionarios inorgánicos, todo rodeado de un ambiente de corrupción e impunidad, que no parece tener fin. Ni en este período ni en el próximo, suba quien suba.

Hace poco releí una cita interesante de Giovanni Sartori que encontré en la «Agenda de Fin de Siglo» del amigo licenciado José del Castillo, que vale la pena comentar, y dice así: «Las elecciones no resuelven los problemas, solo deciden quién habrá de resolverlos».

Ante este panorama electoral tan poco halagador que se nos presenta, usted está obligado a preguntarse, entonces, ¡para qué carajo nos servirán estas próximas elecciones!

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