El que con lágrimas siembra, con regocijo cosecha. Salmos 126: 5
Tener un buen matrimonio, una buena familia, unos buenos hijos, un buen trabajo, un gran ministerio no se logra de la noche a la mañana; se logra sembrando con gran esfuerzo.
Dios es el dueño de la semilla, y nos la da para que sembremos, para que podamos obtener una buena cosecha. Pero esta se ve amenazada fuertemente, hasta tal punto que si nos descuidamos, podemos perderla. Debemos cuidarla y cercarla todos los días, poniendo nuestra mirada en lo que recibiremos.
Muchas semillas no han crecido por no hacer las cosas como deberíamos hacerlas. Necesitamos tiempo, dedicación, compromiso, esfuerzo, valentía, disposición y sobre todo amor. Porque esa semilla que vemos pequeñita e insignificante representa un potencial incalculable, pues toda semilla crece y se multiplica. Todo lo que sembremos se multiplicará de gran manera, dejando establecido un legado de bendición para nuestra generación.
No permitas que las semillas que Dios te ha dado se mueran ¡Siémbralas, cuídalas y regocíjate de la cosecha!