“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, ese lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” Juan 15:5
A veces creemos que lo que tenemos es fruto exclusivo de nuestra capacidad, talento, inteligencia o conocimiento. Nos volvemos autosuficientes y, sin darnos cuenta, dejamos de depender de Dios. Esto nos llena de orgullo y nos hace pensar que no lo necesitamos.
Sin embargo, cuando nos alejamos de Él, poco a poco caemos en un vacío que nos hace perder aquello que, por Su gracia, habíamos recibido.
Todas las bendiciones provienen del Altísimo, quien nos envuelve con Su amor y nos muestra Su fidelidad en cada detalle, incluso en lo más pequeño. Debemos reconocer Su mano en nuestras vidas, valorar Su bondad y recordar que todo lo que somos y tenemos es gracias a Él.
Recapacitemos y no seamos insensatos. Busquemos Su rostro con humildad, reconociendo nuestra dependencia de Él. Que nuestra oración sea un clamor sincero de arrepentimiento, pidiendo perdón por haber olvidado que sin Dios nada podemos hacer.