Todo Tchaikovsky extraordinaria apertura

Todo Tchaikovsky extraordinaria apertura

Las temporadas sinfónicas se han convertido en una verdadera tradición en nuestra ciudad, en una fiesta del espíritu esperada por aquellos amantes de la música en su más alta expresión. Ciertamente, Tchaikovsky es uno de los compositores que ejerce mayor fascinación, por lo que el concierto programado para el inicio de la temporada “Todo Tchaikovsky” despertó verdadero entusiasmo.
Un público que casi colmó la platea de la sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, recibió con un fuerte aplauso al maestro José Antonio Molina, director titular de nuestra Sinfónica Nacional, quien de inmediato dio inicio a la temporada 2018 con las notas gloriosas de nuestro canto patrio.
Un aire solemne cual coral religioso, inunda la atmósfera, parece indicar la presencia de Fray Lorenzo, amigo de los amantes de Verona. Es la introducción cargada de presagios, de la bellísima Obertura-Fantasía de Romeo y Julieta, un verdadero descriptivo poema sinfónico.

El “Allegro” con ritmos rápidos, cuerdas en “pizzicato” describe la lucha de las familias de Verona, Montescos y Capuletos-. Luego aparece una hermosa melodía de amor, el amor frustrado de los amantes. El final trágico es apoteósico, crece en intensidad y sobre un batir de tambores fúnebres se escuchan reminiscencias del tema del amor, la muerte de los amantes no apaga su amor eterno.

Imbuido de emoción, José Antonio Molina logra la respuesta precisa de la orquesta, que responde a cada sugerencia gestual, producto de su atinada interpretación de los disímiles momentos musicales sugeridos por el genial compositor. Magnífico introito de lo que sería una noche musical excepcional.

Uno de los grandes atractivos de la noche fue sin duda la presencia del destacado pianista ucraniano Vadym Kholodenko, ganador de medalla de oro del Concurso Van Cliburn 2013, quien interpretaría el Concierto Núm. 1 en si bemol Op. 23 para piano y orquesta de Tchaikovsky.
Con una de las melodías más famosas e impactantes, inicia el concierto. El tema majestuoso, avasallador, es introducido por las cuerdas y metales, luego el piano conducente cobra protagonismo, Kholodenko impacta, el sonido de su instrumento deja al público extasiado, impresionado.
Esta melodía, la más conocida de la obra, una especie de “leitmotiv” no repetitivo, queda impregnada en la memoria sonora colectiva.

Tras la majestuosa introducción, en el “Andantino semplice” movimiento rico y cautivante, los grupos instrumentales y el solista se unen. La orquesta no solo acompaña, desarrolla sus propios motivos, entabla un entrañable diálogo, intenso, destaca el sonido matizado del oboe, Dejan Kulenovic.

En el tercer movimiento “Allegro con fuoco” lleno de fuerza con toques rusos inconfundibles, se escuchan los aires de una danza ucraniana, seguida de un tema lírico contrastante, el final se eleva, es un cántico triunfal.
La extraordinaria noche musical cierra con la Sinfonía Núm. 6 en si menor, Op.74, conocida como “Patética”. El motivo inicial sugiere miedo, soledad, sufrimiento sin consuelo, sin duda es el estado en que se encontraba Tchaikovsky, condición que se refleja en esta su postrera obra.
El sombrío tema se prolonga en el “Allegro, surge un motivo nuevo, es un despertar de un sueño confuso, se disipa el miedo. El “ritenuto” –lento– mantiene al oyente en suspenso.

En el segundo movimiento “Allegro vivace” estalla la lucha, el tema del temor amenaza, las trompetas vibran, los trombones entran en la batalla, se oponen a las agitadas cuerdas… penetra el sol, la melodía celestial vuelve, llena todo, canta lo que con palabras no podría decirse, según los grandes musicólogos “con esta sola melodía Tchaikovsky hubiera merecido la inmortalidad”.
El tercer movimiento “Allegro molto vivace” es grandioso, y el final está imbuido de honda tristeza, pero también hay consuelo. El alma vuela hacia nuevas transparencias, donde todo es amor y nada duele ya.
El público, impactado, verdaderamente emocionado, ha sido testigo de una interpretación magistral, la opulencia sonora – más que un bello sonido– de nuestra Sinfónica, arropa, el maestro Molina, brillante, ha conciliado todas las partes, logrando la belleza del todo musical.

Poseído por la música, Molina ha sido además tocado por el duende, que al decir de Goethe es “ese poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo ha podido explicar”.
Y es que cuando el duende asoma el arte alcanza total plenitud. Tras el último acorde, Molina queda un tanto paralizado, solo los estruendosos aplausos lo sacan de su ensimismamiento.
La noche musical ha sido espléndida. Un extraordinario inicio de la Temporada Sinfónica.

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