Todo un cielo de luz para Enriquillo

Todo un cielo de luz para Enriquillo

RUBEN ECHAVARRIA
Gentilmente, la más pequeña de sus hijos me informó en la clínica los pormenores del delicado estado de salud del laureado poeta Enriquillo Sánchez. Es ya tarde y de noche: «Es hora de dormir bajo tu nombre de sílaba menuda. Me abandonas, pero no te abandono. Sé que voy a morir y estoy cantando».

Ni en la Paz ni en Cristo Redentor, pude darle mis condolencias a su madre, a su esposa, a sus hijos, «¿En qué domicilio del viento están tus ojos? ¿En qué domicilio de alondra está tu voz?»

Nunca he sabido dar pésames ni creo que alguien lo sepa cuando es real la pena, cuando no se trata del habitual lo siento y ya cumplí, cuando el corazón de un amigo ciertamente querido, justamente admirado, te dice adiós y punto; cuando sólo la ausencia está presente y sólo el silencio tiene sentido, cuando el genuino representante de la palabra, calla.

«No renuncio a nada, Ni a morir. Reconozcan mi voz en la corteza del almendro horrorosamente derribado. Yo voy hacia la estrella. Yo voy nadando hacia la estrella. Voy a fundar la noche y el olvido».

Enriquillo Sánchez Mulet, egresado de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, escritor y poeta. Premio Nacional de Poesía 1983. Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío 1985. «Dejo todo lo que tuve y lo que no tuve, una pobre canción a los pies de la rosa».

Fue Enriquillo Sánchez el más joven del grupo literario «El Puño» integrado por los destacados intelectuales Miguel Alfonseca y René del Risco, entre otros. «Estamos solos. Solos entre Rubirosa y el pacto de Varsovia, entre Sierra Maestra y Búfalo Bill, entre el plan quincenal y el Monte de Piedad, entre Juana Saltitopa y Times Squares. Solos entre los hombres y el horror, el DNI Y la CIA. Definitivamente solos».

Enriquillo Sánchez era algo nuevo en aquella vigorosa generación del sesenta y cinco de «comandos y hierbabuenas», de sueños y pesadilla; el retoño que paseaba de la mano con la lluvia o con las «tres maestras que sentaron la patria en un pupitre». Porque «aunque muramos de almíbar o alfileres, la verdad es siempre revolucionaria».

Al pensar en la muerte del amigo, del amigo de verdad, del gran poeta, recuerdo su vida, su vida de cristal como su prosa. Al recordar su vida, pienso como un relámpago en su muerte.

Y en su digna familia.

«No seré sin tus ojos. No seré sin el aguacero de tus ojos. No seré sin el disparo a quemarropa de tus ojos».

¿Qué se tenga que morir un hombre como este hombre para reconocerle precisamente ahora su valor? ¡Qué vergüenza!

«Voy a morir por todos. Por aquellos que morirán mañana. Pero voy a morir poblado de cerezos».

Cada mil años hablaba con Enriquillo en cualquier parte y por pedazos, pero era suficiente para colmar mi vida de sonrisas, de aplausos, de universos. «Yo salgo hacia la vida. Hacia los astros. Salgo a mostrarle rumbo al pez del firmamento».

Sólo he llorado a cántaros dos veces, la última cuando intenté escribir sobre el talentoso escritor y poeta algo más apropiado a su estatura. Se ve que he amado poco, los hombres deberían escribir con más frecuencia.

«Yo no voy a morir. Yo salgo hacia la noche. Hacia la luz. Salgo a escribir en el viento una paloma».

Contrario a Neruda en sus memorias, puedo hoy repetir con orgullo lo que antes alguien dijo aquel día tan triste: «Confieso que he llorado».

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