Todos necesitamos creer en algo

Todos necesitamos creer en algo

Es tan importante como respirar, amar o comer; la fe es lo que nos sostiene en un rumbo determinado. Puedes creer en el dios de tu preferencia, pero, sin lugar a dudas, necesitamos creer en algo más allá de la piel, algo que trascienda y nos conecte con el alma. Y aun decidiendo no creer en ninguna deidad, estás creyendo en tu propia forma de comprender la vida y para eso también se necesita fe. Quieras o no, creer lo llevamos en los latidos.

En el mundo hay cerca de 1,100 millones de ateos, agnósticos, humanistas laicos o personas que decidieron no seguir ninguna religión. Sin embargo, la mitad de ese grupo confiesa creer que existe un dios, aunque no de figura antropomórfica como se suele considerar en las tradiciones cristianas. Yo pudiera estar en esta categoría, mi concepto divino es más verbo que sujeto.

Sin dudas, la religión más seguida es la cristiana que, a su vez, está dividida entre la católica con 1,300 millones de fieles y las protestantes (luteranos, anglicanos, metoditas) con el resto de seguidores. Su base fundamental es Jesús Cristo, la figura de mayor peso histórico en la humanidad, por lo menos para los creyentes.

La segunda religión más grande es el islán. Hay cerca de 1,600 millones de personas que se identifican como musulmanes y dentro de eso pueden ser chiítas o sunitas. Mahoma es su salvador y Alá el dios supremo. La palabra sagrada es el Corán y todo lo demás carece de fundamento para ellos. Estos creyentes son uno de los más arraigados a su fe, casi fundamentalistas.

Hay otro grupo que prefiere creer en otro dios o dioses y siguen el hinduismo. Son cerca de mil millones de creyentes y su principal figura es Brahma. Es una de las creencias más antiguas, casi el doble de tiempo que el cristianismo, pero su ecosistema se limita mucho a la India, Nepal y zonas aledañas. Creen en la reencarnación hasta que limpies tu alma y te superes.

A esas doctrinas le sigue el budismo con 500 millones de fieles. Es una de las llamadas “religiones orientales” que creen en el karma, la conexión natural con el mundo y la reencarnación. Para el budista, la meta en la vida es llegar a la iluminación, ese punto de equilibrio emocional-espiritual donde llegas a la perfección del alma.

Si no eres de ninguna de esas corrientes, quizás seas más cercano a la tierra con alguna creencia popular o indígena. En ese nicho hay 400 millones de personas. Puede que también seas uno de los 18 millones de judíos que hay en el planeta o de alguna otra creencia que no figure en las estadísticas mundiales, pero es igual de importante que las demás si es tu fe.

Como puedes leer, la diversidad nos hace humanos. Así como hay variedad en la piel, tamaño y peso, así mismo hay versatilidad en la fe. Las doctrinas mantienen en equilibrio el mundo, no existe la homogeneidad divina –y qué bueno- porque no existe un solo concepto de la vida. El hecho de que yo no crea en lo que tú crees no significa que uno de los dos esté equivocado, simplemente es parte de la diversidad cultural.

Me explico…

El concepto que cada uno tiene de dios es muy personal, incluso siendo de la misma religión, de la misma iglesia y hasta sentados en el mismo banco, cada uno tiene un concepto personal de la divinidad. Esa percepción estará estrechamente vinculada con tu formación, cultura, debilidades y fortalezas. Está dentro de ti, la forma o figura la creas de acuerdo a tu personalidad (grande, pequeño, alto, fuerte, ancho, piel clara, oscura, barba, pelo crespo).

¿Cuál es la forma de Dios? Lo primero es precisar cuál dios porque hay tantos como estrellas en la galaxia. ¿Cómo es el dios de los cristianos? Si nos llevamos por lo tradicional, debería ser un hombre –imposición bíblica- con barba, de bata blanca, piel clara y de gran tamaño. Esa es la figura que ha trascendido en los siglos, pero responde únicamente a un aspecto cultural, a un arquetipo de la divinidad porque era, precisamente, la apariencia de los que en su momento fueron considerados los representantes de ese dios en la tierra.

Gracias a Dios que existe el diablo y no creo en esa tradición. Para mí, desde mi rincón teñido de exégeta, Dios creador no tiene figura, no posee forma antropomórfica porque si creó todas las formas de vida, entonces es energía amorfa. Dios no es hombre, no es mujer, no es planta ni animal, es energía que habita en cada partícula del universo y mantiene en armonía todo.

El dios en el que creo está en el árbol que crece, en la brisa que sopla, en el agua que surca y da vida, en el abrazo, en la alegría, en la capa de ozono, en la atmósfera, en la galaxia, en ti, en mí, en nosotros. Somos capaces de movernos y respirar por energía, cuando eso se transforma pasamos a otro estado de la materia que humanamente no percibimos, por ahora. Esa energía le puedes llamar alma, espíritu o como le quieran decir los religiosos, yo me quedo con esto y así vivo tratando de hacer la mayor cantidad de bien posible al planeta.

¿De qué va esto? Bueno, la idea no es dar una clase de teología universal, sino argumentar que para los humanos es indispensable creer en algo o en alguien. No importa la forma o figura que tenga el dios de tu elección, lo importante es lo que creer en eso provoca en ti. Y aunque tu elección sea la biblia, el Corán o los paquitos de Kalimán, es tu elección y estamos obligados a respetarla. Aunque no comparta tu creencia, con que te haga feliz me basta para respetarla.

Procura dar siempre la mejor versión de ti, comparte el mayor bien posible y predica con acciones. Arjona lo dijo en la que todavía es su mejor canción: “Jesús es verbo, no sustantivo”.