Todos perdemos con los apagones

Todos perdemos con los apagones

Las interrupciones en el suministro de energía eléctrica nos afectan a todos por igual: industrias, al comercio formal, el tránsito y tráfico vehicular y las actividades domésticas.

Pero también obstaculizan el desarrollo de las labores educativas y frenan cualquier esfuerzo colectivo por alcanzar el anhelado progreso de esta nación.

Las razones anotadas me llevan a la convicción de que ningún funcionario puede estar interesado en los largos y odiosos apagones. Lo que sí creo es que los gobiernos han sido incapaces de aportar voluntad para acabar con un problema que adquiere matices de calamidad social.

Avergüenza que extranjeros visitantes tengan que enrostrarnos esa debilidad interna, al tiempo de ofrecernos lecciones de cómo encarar un desgraciado lastre de tantos años.

Aunque trato de excusar la deficiencia energética, atribuyéndola al crecimiento poblacional – y económico – no logro mi objetivo. En tiempos ya pasados, que quizás la generación joven ignora, se atribuían los apagones a unas intrusas chichiguas que se antojaban de posarse en el tendido eléctrico. Luego a la tardanza de unos generadores que nunca llegaban, o a los enredos financieros y contractuales con una Hydro Québec embravuconada con el Estado.

Me sorprende la perseverancia mostrada por inversionistas que abren negocios altamente competitivos con ese problema pendiente.

Así  también percibo el temor ciudadano, cuando resurgen esos cortes eléctricos que dejan a oscuras, y convertidas en gran peligro, las calles de la capital.

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