A raíz del fallecimiento de mi siempre agradablemente recordado suegro hube de atender a una de las ceremonias religiosas que la comunidad de La Cacique, Monción, rindiera como homenaje a tan ilustre fundador.
Resultó conmovedor el momento cuando en las postrimerías del ritual aquella gente entristecida y buena inició una cadena de abrazos al tiempo que repetían en estribillo: ¡La paz, la paz! Salí de aquella iglesia convencido de que en sus adentras la especie humana es contraria a la guerra. No sé cómo la mente asociaba aquel gesto colectivo con un acto en conmemoración de la caída en combate del coronel Fernández Domínguez el cual contó con la presencia del profesor Juan Bosch y de la viuda del extinto coronel. Puesto que me encontraba en la primera fila pude ver el instante cuando le brotaban lágrimas a don Juan al instante en que decía: Si me hubiera imaginado el sacrificio fatal de estas vidas tan valiosas durante la gesta de abril habría detenido la acción.
El don más preciado con que contamos animales y plantas lo es el de la vida. Cada ser tiene el deber y derecho a defender su vida y la de los demás. Tiene también el derecho a vivir en paz; nadie bajo alegato alguno puede agenciarse la potestad de convertir en un infierno lo que debe ser patrimonio de todos, el país. Me niego rotundamente a digerir el gastado paradigma de que para descansar en paz hay que morir. ¿Acaso no tenemos derecho a un merecido descanso después de una intensa y agotadora jornada de trabajo? ¿Le está vedado al ciudadano común salir a dar una vuelta por el barrio, en libertad y con la seguridad de regresar a su hogar sano y salvo? En muchos estamentos sociales criollos se respira un ambiente de miedo y de aprehensión.
El pánico se ha adueñado de gente que ayer era ecuánime y serena. Tenemos que aunar esfuerzos para devolverle a esas personas la confianza perdida. No podemos cruzarnos de brazos y contemplar pasivamente la creciente del desbordado río que arrastra en sus aguas el tesoro más valioso ¡La paz! El rezo cristiano clama a viva voz: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. No se puede hablar de paz en tanto se fomenta la guerra, a menos que estemos pensando en la paz de los cementerios.
Odio la violencia venga de donde venga; soy soñador impenitente en pro de la tranquilidad y el bienestar común. Abogo por una educación y salud colectiva; nada humano me es ajeno tal cual arengaba Terencio. ¿Cuando hemos de entender que luchando a favor del prójimo estamos simultáneamente haciéndolo a favor de nosotros mismos? Ya lo dijo el apóstol José Martí: Mi memoria son tus ojos/ y tus ojos son mi paz/ mi paz es la de los otros/ y no sé si la querrán/ esos otros y nosotros/ y los otros muchos más/ todos somos una patria/ patria es humanidad.
Cierro con un verso de don Mario Benedetti: Vamos a reponer lo mucho que perdimos/ vamos a aprovechar lo poco que nos queda.