Todos se oyen y se ven

Todos se oyen y se ven

Hace muchos años escuché esta anécdota de labios de un locutor de la llamada Era de Trujillo. El hombre había arrendado una hora diaria en una emisora, y se dirigió hacia la panadería de un amigo buscando colocación de publicidad.

-Ese programa no lo oye nadie-fue la indelicada respuesta del empresario.

-¿Estás seguro de lo que dices?- preguntó el profesional del micrófono.

-Seguro no, segurísimo- reiteró el aludido con sonrisa burlona.

-Si lo crees así, te propongo que asistas al programa y grites un par de veces abajo Trujillo, que como no tengo un solo oyente, no te pasará nada-manifestó el locutor, provocando en su interlocutor un brinquito de espanto.

-¡Hey, no me pongas ganchos, que no es necesario, y cuenta con el anuncio!

Mi amigo el destacado periodista Ercilio Veloz Burgos, invitó a su popular programa televisivo El pueblo cuestiona al aspirante a una posición congresual.

Alegando que estaba muy ocupado organizando un mitin de campaña, el dirigente político le pidió que dejaran la comparecencia para luego.

-¿Cuánto dinero invertirías para reunir quince mil personas en ese acto proselitista?

El candidato tardó varios segundos para mencionar una cifra de varios dígitos de pesos dominicanos.

-Pues para que el doble de esa cantidad de personas te vean y escuchen voluntariamente, y no por un frasco de ron, o un pica pollo, sólo gastarías la gasolina que te lleve en tu vehículo al canal.

El argumento sacudió al político, que accedió a la comparecencia, y quizás en parte por esa y otras presentaciones con Ercilio, obtuvo la curul.

Una de las productoras de programa de panel que más invitaciones a su espacio me formuló fue la hermosa y dinámica Zahira Raful.

Un día me invitó a un programa dominical de televisión que dirigía, que se grababa los viernes en horas de la tarde, y se transmitía a las doce de la medianoche.

Pensando que escasa teleaudiencia vería esa producción, acepté la invitación. El tema del programa era la letra de una canción afirmaba que a las mujeres les gustaban los hombres cargados de años.

Cuatro hermosas jovencitas acompañaban a Zahira, quien dispuso que al finalizar el programa me aplicaran besos en la cara y en la depilada mamerria.

Recibí los tocamientos con regocijada sonrisa. Al día siguiente mi esposa Yvelisse me regañó, diciéndome que numerosas personas le manifestaron que me habían visto poniéndome de mojiganga en televisión, con muchachas que podían ser mis nietas.

Demostración fehaciente de que todos los programas radiofónicos y televisivos “se oyen y se ven”.

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