Tolerancia y justicia

Tolerancia y justicia

En esta oportunidad vamos a presentar una realidad cultural dominicana que a nuestro juicio debe ser modificada vía la educación, sea esta formal en la escuela o la educación que día a día recibimos en la interacción con la sociedad.

El límite de la tolerancia debe ser la justicia y el dominicano es tolerante más allá de la justicia. Hemos sido educados y reforzados socialmente para ser tolerantes.

La educación es una manifestación cultural y en consecuencia tendrá las características propias de la cultura en la cual se desarrolla, y si es así para la educación académica y formal, lo es mucho más para la educación que recibimos e impartimos en nuestro trato con las demás personas. En el hogar, en la oficina, en toda interacción humana educamos y nos educan; y esa educación llevará el sello característico de la cultura de que se trate.

En nuestro caso, somos incapaces de identificar a la justicia como límite de la tolerancia y en consecuencia la tolerancia se excede y al excederse refuerza la incapacidad de la sociedad de ver a la justicia como límite de esa tolerancia.

Los ejemplos sobran. Desde la tolerancia  los abusos que a diario se comenten en el tránsito, a las vejaciones a que son sometidos los usuarios del transporte público, hasta llegar a tolerar los pésimos servicios de salud, educación, energía y seguridad para solo mencionar algunos.

Detrás de cada una de esas actitudes tolerantes se esconde una injusticia: Si permito que alguien se adelante en mi fila, estoy siendo injusto con todos los que están detrás de mí. Si soy tolerante con el ineficiente servicio público estoy contribuyendo a que el mismo no mejore y estoy aceptando las injusticias que se esconden detrás  de las causas que provocan la ineficiencia del mismo y en ese sentido estoy siendo injusto también con los demás usuarios.

Cuando la autoridad es la tolerante más allá de la justicia entonces estamos transitando el camino que nos conduce al caos, porque la señal que envía una autoridad tolerante es que no es necesario cumplir la norma y si esa conducta se generaliza tendremos caos.

Se puede argumentar que se ha sido tolerante en exceso a fin de evitar un mal mayor. Ese argumento podría ser válido para el caso del ciudadano, pero no lo es para el caso de la autoridad, ya que ese argumento acepta como válido el chantaje del violador y la autoridad no puede, de ninguna manera, someterse a chantaje.

La cultura es una realidad viva, cambiante.  Tenemos que empezar a educar tanto formalmente en nuestras escuelas y academias como en las interacciones entre nosotros, en el sentido de que no se puede tolerar más allá de la justicia y exigir que las autoridades garanticen que no pueda ocurrir ningún mal mayor como consecuencia de una exigencia de derecho.

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