Tomás, el olvidado (1 de 5)

Tomás, el olvidado (1 de 5)

Santo Tomás de Aquino

Difícil no saber quién es Tomás de Aquino. Me refiero al fraile de la Orden de los Predicadores, fundada por Santo Domingo de Guzmán, amén de sacerdote santo y doctor de la Iglesia católica.

A los conocedores de los intrígulis de la Edad Media y, en particular, de la escolástica -en tanto que escuela de pensamiento estelar de esa y posteriores épocas occidentales- imposible que no sepan o hayan oído hablar del autor de escritos tales como la Summa Contra Gentiles, Summa Theologiae, así como de diversos estudios dedicados a la obra de Aristóteles, a la metafísica, al derecho y -sin exageración alguna- muchos otros temas de interés. Todos brillantes, tanto por su profundidad, como estilo diáfano, escueto y elegante.

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Sin embargo, debido al olvido que denuncio en el título de estas líneas, a seguidas brindo algunos datos biográficos antes de entrar en materia con el problema que genera lo postergado hoy día en el pensamiento contemporáneo de las más diversas escuelas y corrientes reflexivas.

Nacimiento. Tomás (1224 ó 1225-1274) nació en el castillo de Roccasecca, cerca de Aquino, en el seno de una familia noble de ascendencia germana. De su biografía y reseñas en los medios y redes retengo que sus padres lo llevaron a la abadía de Montecassino, convento de monjes benedictinos, y a tan temprana edad “expresaba una devoción considerable y era un alumno ejemplar”. Alababan ya, tanto su memoria, prodigiosa, como su asombrosa capacidad de lectura y comprensión.

Estudios universitarios. En 1239 ingresó en la Universidad de Nápoles, donde profundizó en los conceptos asociados a la lógica aristotélica y, al finalizar en 1244, se vinculó con la orden de los dominicos. Dicho sea de paso, esa vinculación religiosa contrarió los planes que su familia -con su madre a la cabeza- tenía reservados para él: sustituir a su tío como abad de antedicha abadía. Tras eludir la oposición familiar a su intención de ingresar a los dominicos, ingresó en la Universidad de París, reconocida como centro intelectual de la cristiandad medieval, en 1245.

En dicho centro parisino gozó del privilegio de escudriñar el opus aristotélico de la mano del fraile dominico -también doctor de la Iglesia y santo- Alberto Magno. Más aún, en 1248 su docto maestro y él fueron trasladados a la ciudad alemana de Colonia, donde comenzó para él una estadía de tres años ahondando aún más en el opus aristotélico, siempre bajo la tutela de su mentor.

Fruto de esos estudios, Tomás de Aquino finalizó concluyendo que la fe y la razón no representaban concepciones contrapuestas, sino armoniosas y complementarias. He ahí, en la conjunción de ambas -fe “y” razón- lo que usualmente es considerado como su gran aporte al pensamiento occidental, si no universal.

Primeros destinos apostólicos. En 1259, es llamado a Valenciennes, junto con Alberto Magno y Pedro de Tarentaise (futuro papa Inocencio V), para organizar los estudios de la Orden de los Predicadores. Permaneció durante 10 años enseñando en Nápoles, Orvieto, Roma y Viterbo.

En el transcurso de esos años, el futuro santo y doctor de la iglesia católica terminó la Summa contra gentiles, que hace las veces de guía apologética de la Orden en España, e inicia la redacción de la Summa Theologiae. Y, siempre por añadidura, el papa Urbano IV lo nombró consejero personal, y que le encargó la Catena aurea (Comentario a los cuatro Evangelios), el Oficio y misa propia del Corpus Christi y la revisión de diversos libros sobre la fe en la Santísima Trinidad.

París. En 1268, Tomás de Aquino fue enviado de vuelta a París por motivos de la gran oposición que suscitaban su figura y doctrina. Allí volvió a ocupar su cátedra hasta 1272. Una vez en su nuevo destino pastoral inició su período intelectual más maduro y fecundo, aunque en un ambiente bien polémico.

Previo a su llegada, Tomás había asumido públicamente numerosas ideas aristotélicas. Además, había escrito sus famosas cuestiones disputadas de ética y algunos opúsculos en respuesta a Juan Peckham y Nicolás de Lisieux, sin olvidar que terminaba la segunda parte de la Summa Theologiae.

De vuelta a Italia y muerte. Al finalizar su estadía en París, Francia, a Tomás se le encomendó en 1272 la fundación de un nuevo capítulo provincial en Nápoles, Italia.

Tan pronto comenzó la tercera parte de la Summa Theologiae tuvo una nueva experiencia mística y se le hizo imposible seguir escribiendo. En sus propias palabras, “omnia quae scripsi videntur mihi palae respectu eorum quae vidi et revelata sunt mihi” (“Todo lo que he escrito me parece pálido en comparación con lo que he visto y me ha sido revelado.”), confesaba Tomás, también conocido como el Doctor Angélico.

Independiente de lo anterior, accedió a la invitación del papa Gregorio X de asistir al Concilio de Lyon II, pero de repente enfermó y tuvieron que acogerle en la abadía de Fossanova. Tomás murió haciendo una enérgica profesión de fe el 7 de marzo de 1274, cerca de Terracina. Años más tarde, el 28 de enero de 1369, fecha en que la Iglesia católica lo celebra en el santoral como patrono de los estudiantes, sus restos mortales fueron trasladados a Tolosa de Languedoc.

Impacto. La importancia y la gravitación política de Tomás de Aquino ha devenido de tal magnitud, que aún existen dudas acerca de la causa de su muerte. Ciertamente, se ha escrito sobre un posible envenenamiento por orden del rey de Sicilia, Carlos de Anjou, según una afirmación sostenida por Dante Alighieri en el Purgatorio de la Divina Comedia. Al margen de tales cuestiones, empero, tras varias profecías y milagros documentados con múltiples testimonios, fue canonizado casi a los 50 años de su muerte, el 18 de enero de 1323. Por supuesto, las condenas eclesiales, que en su contra pendían por cuestiones doctrinales, fueron finalmente levantadas en 1325. Me refiero a algunas de las propuestas de Tomás que fueron incluidas en 1277 en una larga lista de 219 tesis filosóficas de tendencia aristotélica -defendidas principalmente por maestros averroístas en la universidad parisina- condenadas en aquel entonces por Étienne Tempier en su calidad de obispo de París. Sobre ellas escribiré en una próxima entrega a propósito del olvidado pensador medieval en la actualidad.