Tomás Eloy Martínez está en el país. El periodista y novelista argentino llega invitado por Alfaguara para participar en la VII Feria Internacional del Libro. Esta noche compartirá con el público, en el Pabellón de Literatura recinto Feria del Libro- las estrategias narrativas en sus novelas.
Licenciado en Literatura Española y Latinoamericana, crítico de cine, antiguo jefe de redacción de Primera Plana, director del Semanario Panorama y columnista del diario La Nación – Buenos Aires-. Durante su exilio en Caracas- 75-83- trabajó en EL Nacional. Sus artículos se publican en The New York Times y en decenas de periódicos europeos y latinoamericanos. Dirige el Programa de Estudios Latinoamericanos de Rutgers University – New Jersey-.
Autor sitiado por múltiples historias y con historia. Establece siempre la diferencia entre periodismo y literatura. Permanece fiel a los dos géneros, sin permitir interferencia, aunque juegue con la mezcla como novelista. En múltiples entrevistas, concedidas a diversos medios, recurre al tema. Es insistente cuando declara que es preciso distinguir entre las invenciones escritas con la técnica del periodismo y la narraciones periodísticas con la técnica de la novela. La literatura es alusión y duda. En el periodismo no se inventa.
Reta al poder en cada uno de sus artículos, como lo hace en sus novelas. Mordaz, directo, valiente, no repara en nombrar, en denunciar. En sus trabajos de opinión se intuye desolación, pero no desmaya. Cree en el poder de la prensa aunque no idealiza la invulnerabilidad de los medios frente a la corrupción, privada y oficial.
En uno de sus artículos, publicado en El País- 31.XII.03- denunció el pago ilegal recibido por algunos senadores argentinos para votar una ley exigida por el FMI. Después de incriminar a Fernando de La Rúa y a los legisladores, reflexiona. Los actos de corrupción se apagan rápido en la memoria de la gente. Duran casi tanto como los fuegos artificiales de fin de año. Sin embargo, corroen como un ácido la confianza, no ya en la democracia sino en las instituciones de la democracia, que deberían ser imperecederas. La misión esencial del periodismo es informar a la comunidad y servirla lealmente. A veces, los protagonistas de la información son personajes corruptos, a los que la prensa descubre antes que los oficiales de justicia, cuando debería suceder al revés.…Aunque la corrupción sea tan tenaz, como la impunidad que la consiente, el periodismo es más tenaz todavía. Esa es su razón de ser, su incesante peligro y también su modesta, fugaz gloria.
Su canon periodístico lo definió en una entrevista, publicada por un diario colombiano, cuando el siglo XX finalizaba.
Si el periodista concilia, si transa con el poder, si se vuelve cómplice de la mentira y de la injusticia, no sólo está traicionándose a sí mismo, traiciona, sobre todo la fe que el lector ha puesto en él. El periodista está obligado, todo el tiempo, a pensar en su lector. El novelista no.
El periodista, está obligado a pensar todo el tiempo en su lector, porque si no supiera cómo es ese lector, ¿de qué manera podría responder a sus preguntas? En el periodista, entonces, hay una alianza de fidelidades: fidelidad a la propia conciencia, fidelidad al lector y fidelidad a la verdad. El lector es siempre un factor mucho más activo y exigente de lo que algunos empresarios suelen suponer. A la avidez de conocimiento del lector no se la sacia con el escándalo sino con la investigación honesta, no se le aplaca con golpes de efecto, sino con la narración de cada hecho dentro de su contexto y de sus antecedentes. Al lector no se lo distrae con denuncias estrepitosas que se desvanecen al día siguiente, sino que se lo respeta con la información precisa. Cada vez que un periodista arroja leña en el fuego fatuo del escándalo está apagando con cenizas el fuego genuino de la información. El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta.
Entre la misión del artista y la del periodista hay, sin embargo, una diferencia esencial: la naturaleza del diálogo que cada uno de ellos establece con el público. Para el artista, crear pensando sólo en el éxito es algo suicida, porque cuando el arte trata de satisfacer a todo el mundo termina por no satisfacer a nadie. El diálogo entre la obra de arte y el público nace sólo cuando la obra ya está terminada. Hasta ese momento, nada debe contar para el artista: ni la música de los aplausos ni los halagos de lo que está de moda. Lo único que importa en el momento de la creación es la fidelidad del artista a lo que él es.
A semejanza del artista, el periodista es también un productor de pensamiento. En este fin de siglo neoliberal, tan orgulloso de sus certezas, tan convencido de que ya hemos llegado al «fin de la historia», la cultura tiene la misión de ver la realidad como una enorme interrogación, como una perpetua duda, y de imaginar el futuro como una incesante utopía. El hombre se ha movido en las oscuridades de la historia a golpes de utopía, y la utopía es lo que ha permitido al hombre seguir teniendo fe en la historia Algo semejante está sucediendo ahora en América Latina. Cuando más afuera de la historia parecemos, más sumidos estamos –sin embargo– en el corazón mismo de los grandes procesos de cambio. En tanto periodistas, en tanto intelectuales, nuestro papel, como siempre, es el de testigos. Somos testigos privilegiados. Por eso es tan importante conservar la calma y abrir los ojos: porque somos los sismógrafos de un temblor cuya fuerza viene de los pueblos.
En casi cada país de América Latina que he visitado me dicen que estos son los tiempos más difíciles que se han vivido. ¿Alguna vez, sin embargo, nuestros tiempos han sido de otro modo? Los tiempos difíciles suelen ser aquellos en que uno se formula las preguntas importantes y en que, para sobrevivir, necesita contestar a esas preguntas lo antes posible…
[b]EL VUELO DE EVITA[/b]
Todo relato por definición es infiel. La realidad no se puede contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo. (Santa Evita, página 97)
Tomás Eloy Martínez sólo transgrede la ética cuando escoge la fantasía. Algunos de sus personajes son perversos, insanos, traidores, ambiciosos. Criado entre el encanto de las rotativas escogió la palabra como barco y navega sobre la imponente corriente marrón del río de La Plata hasta los arroyuelos miserables de las pasiones humanas, sin perder un ápice de la gloria conquistada desde que el lápiz lo amarró a la vida.
Lo peor que puede hacer alguien con un escritor como Tomás Eloy Martínez es interpretarlo. Asumir ese pecado que le obsesiona, la soberbia, y pretender escarbar entre sus símbolos, con la intención de descifrarlos. Este hombre, nacido en Tucumán, 1934, tiene el impudor de validarse en cualquiera de sus estrofas. Le basta un párrafo. La lectura de un artículo calzado con su firma es suficiente para encontrar el hilo de su mundo fantástico y real. Este autor de exilios y pesares, muestra sus códigos sin recato. La lectura de cualquiera de sus textos lo desnuda. Y si uno se aferra a Santa Evita y El Vuelo de la Reina encuentra en sus páginas la historia de su país, del mismo modo que lee la antología del oprobio, de las miserias que secuestran al ser humano.
Hombre de radio, cine, salas de redacción. Hombre de la soledad que exige la novela. Se persigue y atrapa sin necesidad de escoger entre el periodista y el novelista. Sin importar su destierro y ese compromiso asumido desde el dolor y el miedo, cuando Argentina acalló el fuelle porque la danza de la muerte la ocupó. El aire se pobló de injuria y desolación. Entonces la pena no cupo en el tango y era la sangre que confundía las piernas.
Santa Evita- 1995- es el sexto libro de Tomás Eloy Martínez. A partir de su publicación nada fue igual. Importó poco su libro de ensayos Estructuras del cine argentino, los relatos contenidos en Lugar común de la muerte, las novelas Sagrado, La novela de Perón, La mano del amo. Con 36 traducciones, Santa Evita se convierte en el texto obligado para conocer o reinventar la Argentina contemporánea, el peronismo. Para amar u odiar y tal vez comprender a la Abanderada de los Humildes, a la Jefa Espiritual, a la Dama de la Esperanza… El autor, sabedor que el rumor es la precaución que toman los hechos antes de convertirse en verdad, como gustaba decir al
Coronel Eugenio de Moor Koenig, el obseso militar que convierte el cadáver de Evita en razón para existir, le opone a un olvido muchas memorias y cubre la historia real con historias falsas (página 55). Hizo lo que quiso con la mentira para que cada lector se apropie de la verdad cuando lea la novela. Crea lo escrito o vuelva a inventar.
Con Santa Evita, Tomás Eloy firma el acta notarial con sus fantasmas. No quiere que lo abandonen. Decide asumirlos. Explotarlos. Convertirlos en esclavos de su fantasías y hacerlos reales. Así nos confunde, se confunde y comienza ese mundo de dársenas y otoños, de estaciones trastocadas, de crueldad infinita, de cielo y sol líquidos, de mellizos, de dogmas burlados, de catolicismo cuestionado, de abejas. Vence la superstición siendo su presa. Pero no la abandona. El maleficio de Evita lo conjuró asumiéndolo. Por eso las abejas aparecen en EL vuelo de la Reina y por eso, cuando cualquiera de las mujeres que habita su paraíso o infierno, intenta convertirse en ser humano recurre al apiario. Al panal que regaló a Evita un descamisado. Es el panal que retoma cuando dibuja a Reina Remis, la periodista sin amor que enloquece a un Camargo que puede ser fácilmente el coronel o el general, si Evita no hubiese desaparecido. Que puede ser un Sicardi, taimado, genuflexo, con la precisión de Koenig. Y el tesón de los mediocres como disfraz. Él lo dijo, a Facundo Quiroga lo inventó Sarmiento. A Evita la inventa Tomás.
[b]SANTA REINA[/b]
Inventor o no de Evita es el creador de su novela. De la realidad de un cadáver que gravita sobre Argentina. Y a la muerte y a los muertos vuelve. Porque no sólo con cadáveres se sacia la parca. Y con El Vuelo de la Reina que es la abeja y la Remis, retorna a la derrota y a la ambición, a la corrupción y al poder. De nuevo se sitúa en el país donde siempre parece que está por pasar algo terrible y no pasa. Todo va a seguir igual ( El Vuelo de la Reina, página 34). A la búsqueda de la caricia perdida de la madre, al abandono, peor que el adulterio, a sus mitos. Se instala en su mundo. En la inmensa soledad de un periódico cansado de cotidianidad y sin quererlo se convierte en Camargo e intenta redimirlo. El mundo del Director del periódico lo construye con fiereza y asco. Retoma las bifurcaciones de la realidad y el sueño y atraviesa la impunidad, los mandatarios cretinos y fingidores. La excentricidad y el abuso de los poderosos, su burla continua y la minusvalía de quienes pretenden otra cosa. La extorsión, la indiferencia, el hartazgo de la pareja, los celos incontrolables, la arrogancia. La mentira. Y puede estar describiendo a Menem pero sería irreverente y excluyente nombrarlo. Limitarlo a un sustantivo, constreñir la imaginación a un personaje, a una biografía, restringiendo la extensión de un arquetipo que puede estar en cualquier Palacio de Gobierno. Allá, acá o acullá. Antes o ahora.
Conciente de la naturaleza de sus criaturas, pretende redimir los perversos con el desvarío, pero sabe que no es posible. Son irredimibles. La vejación que propicia Camargo no se expía. Tal vez ocurra lo mismo con los políticos, con las madres prófugas, con los propiciadores de bastardías que reviven en Evitas inevitables.
Y entre las mujeres la abeja. El oráculo de miel lo dice. Tomás Eloy avanza una respuesta para su universo de muerte, desconfianza, poder, escarnio. De intento y logros. El patriarcado putrefacto hace de las suyas y mata, vence, compra, corrompe, seduce. Las mujeres lo intentan pero se encuentran con el agravio que le dio fuerzas a Eva Duarte hasta que el cáncer transforma el vuelo en leyenda o en cadáver como a Reina Remis cuando también intentó elevarse. Su batir de libertad lo detuvo una violación. El estupro la hirió más que la bala disparada por Camargo.
Aunque el victorioso zángano muere después de la fecundación y las abejas se maten entre sí, porque no admiten competencia, Tomás recuerda que la abeja reina, cuanto más alto vuela, con más dolor muere…( op.cit. 264) Y él sabe que la colmena no desaparece con su muerte. (Fin)