MARLENE LLUBERES
El hombre, por su naturaleza intrínseca y producto del bombardeo sistemático que lo inducen al consumismo, se enfoca en lo que quiere, en lograr lo que se propone y, en la mayoría de los casos, se fundamenta en su capacidad, conocimiento, habilidad y dedicación, lo que lo conduce a centrarse en sus intereses particulares.
Pone todo el empeño de vida, para ver los deseos de su corazón hechos realidad, respondiendo así a un medio, cada vez, más exigente y competitivo.
El relacionarse con familiares y amigos, el compartir momentos de tristeza y de alegría con quienes nos rodean, se ha convertido en un recuerdo, ya que la demanda del tiempo, el ir y venir, persiguiendo llegar a la meta trazada, nos lo impiden.
Sin darnos cuenta, nos hemos envuelto en un mundo diferente al conocido por nuestros antepasados. El ocuparnos de las cosas de esta tierra nos ha hecho olvidar aquellas que no perecen, que son el real alimento de nuestra alma. Si meditáramos sobre las sendas antiguas, si observáramos la calidad de vida, y el amor impartido años atrás, nos daríamos cuenta cuán lejos estamos del reposo y la paz que antes abundaban.
Hoy, los habitantes de la tierra buscan su propio bienestar, la exaltación individual. No pensamos más en los valores que fueron colocados en el corazón de cada criatura traída por Dios a este mundo. El egoísmo, la envidia y la necesidad de satisfacer los placeres propios, aumentan cada vez más.
Todos lo reconocemos. Todos, una y otra vez, hablamos acerca de los valores que se han perdido y del interés común que ha desaparecido.
Sin embargo, es más que palabras, es la decisión conjunta y determinada de provocar un cambio.
Es buscar en Jesús el ejemplo a seguir, como Él, procurar el bienestar del prójimo. Levantar la cabeza más allá de las circunstancias, con un corazón agradecido, que nos lleve a amar a Dios y a entender su incomparable amor, única causa de que entregara Su hijo a la muerte de cruz, para que hoy tuviéramos paz y esperanza.
Anhelemos que nazca en el mundo un agradecimiento al Señor y actuemos como quienes saben que todo lo que nos es dado viene del cielo y que nada de lo que Dios dispuso que nos fuera dado nos podrá ser quitado.
El mundo cambiará, se transformará cuando aprendamos a dar gracias a Dios y a reconocer sus obras entre los hombres, cuando demos gracias sin cesar porque Él es bueno y para siempre es su misericordia.
Cuando nos demos cuenta de su favor extendido, minuto tras minuto, sobre nosotros y vivamos agradecidos por quien es Él y por lo que hace en nuestras vidas, podremos detenernos en el camino, darnos a los demás, y poner nuestros ojos en la necesidad de quienes nos rodean. Vivamos una vida de agradecimiento a Aquel que nos dio la vida y que es capaz de llenar cada espacio en nuestro interior, proporcionándonos la verdadera e inquebrantable seguridad.
Aprendamos a dar gracias por todo, porque este es el deseo de Dios, porque todo lo creado es bueno, porque Su voluntad es perfecta.
Que nuestra acción de gracias no sea de una noche, sino de una vida en que se desarrolle un genuino agradecimiento a Dios, aun por aquellas cosas que no entendemos. Aprendamos a mirar con los ojos de Jesús y a sentir con Su corazón, porque grande es Él, su entendimiento es infinito. Es el Señor quien sostiene al afligido, el que cubre de nubes los cielos, el que provee lluvia para la tierra, el que hace brotar la hierba en los montes.
El Señor favorece a los que le temen, a los que esperan en su misericordia.