Tony Capellán in memoriam

Tony Capellán in memoriam

Que en paz descanse…. Lo han escrito y repetido a saciedad, como si no hubiera otra cosa que decir, sino reposo eterno… No podemos estar conformes ni tranquilos con la muerte de Tony Capellán que deja al mundo del arte huérfano de talentos excepcionales.

El corazón de Tony continúa latiendo en su obra, caudal permanente de ideales y convicciones. Él se ha ido para siempre, dejando desconsolada a la inmensa familia de quienes le amaban y admiraban. Todavía, la trágica noticia que atentó a la quietud post-navideña, nos deja incrédulos.
Ahora bien, esa partida a destiempo implica una grave responsabilidad acerca de la condición de un artista sin par y de los golpes –morales y materiales– que aguantó, desde un rechazo indignante en una bienal hasta la expulsión de su casa, alma de su trabajo y sacrificio. Nadie puede entender que, ante un artista de su talla y sus aportes, el Estado no haya asumido esa compra. El dolor callado por tantas dificultades llegó al punto de que, cuando ahora se le iba a rendir un homenaje real, él no lo aceptó.

Vía y vida. La vida de Tony Capellán ha sido sellada por la extrema coherencia de sus concepciones y realizaciones. Desde la revelación /exaltación del Caribe, su singularidad racial y su mestizaje, su sincretismo, sus ritos y sus ritmos, una “verdadera entrada en religión” ha condicionado su obra y sus afinidades etno-antropológicas. Él calificaba las Antillas como “zona mágica”, título que él dio a una inolvidable exposición de pintura.
Impregnado de una vasta cultura, sumaba las tradiciones regionales, los conocimientos literarios, la crítica social, la advertencia ecológica. Exigente –¡hasta podía ser intolerante!–, quiso a la vez que el arte caribeño se tomara en consideración más allá de la región, y él mismo se interrogaba, específicamente, acerca del mantenimiento de su identidad y de la actualización de sus discursos en el contexto mundial.
Este apasionado del trópico fue, durante años, un viajero incansable, que recorría países y continentes cual una manera de asombrarse ante la riqueza de la condición humana y también de sus desventuras. Entonces, cada obra suya se volvió conjunto de signos referenciales sin caer jamás en el anécdota. Así mismo, la impronta de lo imaginario marcó sus territorios artísticos sin llegar al surrealismo gratuito.
Proclamando que el lenguaje de la instalación correspondía a su “visión del arte actual”, sigilosamente la hizo su sello inconfundible, emblemático, y en ella puso todo su oficio, todas sus angustias, todas sus utopías. Ciertamente, es el único artista nuestro que supo trabajar con elementos tan pobres y transportables en una mochila, pero al mismo tiempo su carencia total de medios le hacía recoger despojos y artefactos abandonados en playas por la miseria como parte de una ideología propia y de una desgracia colectiva.. “Atesorando” chancletas desgastadas, intervenidas con alambre de púas, él las convirtió en obras maestras: el mar Caribe –color, oleaje y símbolo–. Tony Capellán sublimó el reciclaje, lo hizo magia y genio.

Un arte oblativo. Peregrino de la lucha contra los abusos y la injusticia, Tony Capellán ha jugado un papel fundamental en la evolución del arte dominicano y una responsabilidad cada vez más asumida por la creación contemporánea nacional. Su compromiso, radical y definitivo, no se limita a la parte formal, sino también abarca los temas relativos a la colectividad y a los derechos humanos: abusos contra los débiles –mujeres y niños–, migraciones y migrantes ilegales, investigaciones antropológicas y sociales, centradas en el Caribe. Sin embargo, Tony Capellán no cayó en la apología del feísmo y mantuvo aquella concordancia forma/espacio/color, aquel equilibrio estético, propios del arte dominicano en todas sus escuelas, tendencias y épocas. Tampoco claudicó nunca ante el mercado del arte.

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