Tony Raful y el Árbol Caído

Tony Raful y el Árbol Caído

POR ÁNGELA PEÑA
Estoy de vacaciones, pero se me ocurrió revisar mi correo electrónico y encontré esta carta de Miguel D. Mena, a propósito de la respuesta de Tony Raful a Roberto Cassá y decidí comentarla ahora pues, si espero a mi regreso, tal vez haya perdido actualidad. La recorté,  era larguísima:

“Una frase recurrente de los funcionarios en proceso de despido es que por favor, “no hagan leña del árbol caído”. La frase se la he oído a Tony Raful, nuestro Ministro de Cultura, y me pregunto: ¿Dónde estará nuestro sentido común? ¿Es el político que deja una posición gubernamental un “árbol caído”? Toda posición gubernativa, en un sentido democrático, es temporal. A pesar de la reciente vieja conseja del Presidente de la República, de que “el poder es para usarlo”, hablamos de un puesto y no de nicho. Al apelar a semejante expresión, se tiende a olvidar que el gobierno implica una responsabilidad, que es una delegación, que es la suma de una confianza depositada por una comunidad, y más aún: una esperanza de cambios con respecto al pasado más inmediato. La salida del PRD del gobierno –me gustaría mejor decir “la expulsión”, pero no quiero ser más melodramático de la cuenta-, la manera en que éste manejó la cosa pública, debería implicar una mayor capacidad de interpelación por parte de la población. No se trata de hacer leña ni de “dar candela”. Se trata de juzgar una gestión, de llamar a cuenta por ejecutorias trazadas a partir de conveniencias personales, de abuso de la confianza pública, de malgasto del bien público. Los cuatro últimos años de Cultura han estado zarandeados por escándalos que de tanto producirse y con tanta intensidad, ya son parte de las sombras y no del asombro. Comenzó realizando un proceso de hiperconcentración de funciones, de desmantelamiento de instituciones que realizaron durante decenios una encomiable labor pública: me refiero al Voluntariado de las Casas Reales y a la Biblioteca Piloto Infantil. Siguió con una fatal práctica de caciquismo, donde hasta los mismos premios nacionales se convirtieron en el terrón de azúcar que los funcionarios se fueron lanzando entre ellos mismos. Lo peor del caso: una antigua “intelligentsia progresista” –como se decía en los 70-, que había clamado por un uso más transparente del conocimiento y que había desmantelado aparentemente las estructuras autoritarias de la sociedad dominicana, se plegó de repente a la filosofía del machete, de la fuerza y no de la capacidad dialogizante y contemporeizadora de las palabras.

Vivimos entonces no una noche, sino cuatro años de San Bartolomé. Cabezas, almas, plumas, todo ha ido rodando en un sentido díscolo, saltimbanqui. De repente de los viejos talibanes culturales asumen cargar a la Virgen de las Mercedes y no querer ser reconocidos en el aquí y ahora, en el hic et nunc.

¿Hacemos leña cuando exigimos un mínimo de responsabilidad? ¿No hubo tiempo en estos cuatro años para dilucidar el presente de la ciudad, de los libros, de los niños, de los árboles, pensando al mismo tiempo que cuidado y conservación equivalen a futuro? ¿No señalamos el absurdo de aquél eslogan “en mangas de camisa” de la Sinfónica en un concierto en pleno río Masacre? ¿Valió la pena devastar a Bastidas e instalar el Museo del Niño? Después de borrar la Biblioteca Infantil, ¿qué ha pasado con el Museo Militar? ¿No es triste ver la Fortaleza Ozama convertida parcialmente en un Parqueo? ¿Qué ha pasado con el caos provocado en el Archivo de la Nación? ¿No dan vergüenza las “Obras Completas” de Pedro Henríquez Ureña? ¿Qué ha pasado con los más de 40 millones de pesos invertidos en las Ferias del Libro? Yo le pregunto al saliente Secretario de Cultura, Lic. Tony Raful, ¿qué ha pasado con la Cultura bajo su gestión? ¿Hemos avanzado en valores democráticos, es la dominicanidad algo más cristalino?”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas