Toribio Peña Jáquez
Una clandestinidad entre sótanos y restaurantes   

Toribio Peña Jáquez<BR>Una clandestinidad entre sótanos y restaurantes   

Los acontecimientos ricos en vivencias, décadas atrás, son reservas de memorias que debemos recrear en textos con detalles inéditos y particulares, aunque otras publicaciones hayan tratado ciertos perfiles de los mismos episodios. Figura el caso, por ejemplo, de las “fichas policiales desclasificadas”, divulgadas ahora a la opinión pública por medios y periodistas.

Esas “fichas policiales” muestran historias ignoradas y múltiples aspectos de una  militancia política con largos tramos clandestinos de cientos de dirigentes de la izquierda y aspectos de novelas como los pseudónimos y sus motivaciones.

El tema me provoca escribir en el futuro sobre tal cual aspecto que considere trascendente. Otro episodio parcialmente “desclasificado” es el desembarco por playa Caracoles del coronel Francisco Alberto Caamaño y varios expedicionarios que, procedentes de Cuba, se internaron en las montañas de San José de Ocoa en 1973, mediados de los terribles 12 años del balaguerato.

Aunque he publicado sobre dicha jornada histórica, literalmente no había escrito una línea acerca del caso específico “Toribio Peña Jáquez”, el expedicionario que, oscuro de  noche, perdió el contacto con sus compañeros armados, debiendo trasladarse a la capital aprovechando la oportunidad de unos misioneros. Comparto la creencia de que Toribio no desertó del grupo.

“Desclasificado”

El periodista Miguel Franjul publicó un libro titulado “Juan Bosch 90 días de clandestinidad, un período convulso en la vida del escritor y de nuestra historia reciente”.

El libro tiene versiones convergentes con testimonios que citan a quien escribe en la misión de acompañar a Toribio Peña Jáquez en varios escondites y desplazamientos que culminarían con su aparición en la prensa dominicana con declaraciones sobre el coronel Caamaño y el desembarco de playa Caracoles.

Asumí responsabilidades en la gestión de alquilar y ocupar conjuntamente con Toribio Peña Jáquez “el apartamento del sótano de la casa número 93, situada en la Prolongación Avenida México, a poca distancia de la sede de la USIS (Servicio Informativo de los Estados Unidos)”.

Agrega Miguel Franjul: “Toribio dejó que el otro ingeniero, el periodista Raúl Pérez Peña, El Bacho, que sostenía en sus manos lo que aparentaban ser planos de ingeniería, negociara el avance y el monto del alquiler, ofreciéndose a pagar en efectivo y  de inmediato. Cuando se cerró el trato, vino una camioneta a desmontar a la luz del día y a la vista de los demás inquilinos, la mesa de cálculo, una neverita, sillas, un escritorio, y, en fin, todo lo que puede necesitar un ingeniero para trabajar cómodamente. Lo que no pudieron ver los vecinos era el fusil que se ocultaba en una caja, ni las granadas fragmentarias, ni tampoco la ropa verde olivo con la cual (Toribio) llegó hasta Santo Domingo la noche que secuestró a los misioneros”.

Ese apartamento-estudio estaba en el sótano de la edificación donde operaba el “Colmado México”.

Días después, debí alquilar otro pequeño apartamento-estudio en la calle Ortega y Gasett, con calle La Lira, entre 27 de Febrero y Prolongación México.

La “leyenda” de los trabajos topográficos pasó  sin percances mayores. Usamos ropa, atuendos, accesorios y equipos propios de ese quehacer profesional.

Por momentos yo evocaba la universidad, específicamente las clases de topografía del profesor ingeniero Ramón López Penha (Moncito).

Los reservados de los restaurantes chinos

¿Dónde pasamos, quien escribe y Toribio Peña Jáquez, los momentos de mayor tensión y riesgos de ser descubiertos “in fraganti”, armas encubiertas?

No fueron dos ni tres los restaurantes chinos donde hicimos “paradas” para almorzar o cenar, no por hambre, sino para “despistar al enemigo”.

Entre los restaurantes visitados figuran el Londres, en la avenida San Martín; el Latino, en la calle Aníbal de Espinosa,  casi esquina María Montez; El Peso de Oro en la John F. Kennedy (casi detrás de la gasolinera Gómez Checo) de la av. San Martín, y otro negocio chino en Villa Juana.

Alguien dice haberme visto con aire sedicioso como saliendo del restaurante Mario.  En verdad pasamos cerca, pero no entramos.

En cada restaurante chino entrábamos a un “reservado” (mesa y asientos más cotizados) con cortina, colocando los “instrumentos” (armamentos) debajo de la mesa, siempre disponibles “al uso” por si nos detectaban. Generalmente pedíamos el clásico “chicharrón de pollo”,  plato exquisito, entonces preciada opción gourmet de los restaurantes chinos.

Hacia la prensa

A todo esto, la misión básica era contactar a la prensa y organizar un encuentro con más de un medio de comunicación, donde Toribio Peña Jáquez, en persona, fusil en mesa,  granadas y accesorios, revelaría detalles precisos de la llegada por playa Caracoles.

Uno de los encuentros con periodistas fue en la heladería “Capri” en  la primera cuadra del Malecón. Otra cita fue en la heladería Capri de la Arzobispo Nouel, casi esquina Palo Hincado.

Nuestra intención era socializar la primicia para un “palo” de prensa múltiple. Pero no se pudo por inconvenientes imprevistos.

Quien hizo el trabajo, con su asistencia, preguntas y toma de notas con amplitud fue Juan Bolívar Díaz, entonces reportero del desaparecido vespertino Última Hora. Se la jugó.

El fusil de Toribio Peña Jáquez y sus pertrechos fueron fotografiados por el reportero gráfico Alfredo Vásquez “in situ”, en la sala de redacción de Última Hora, calle 19 de Marzo esquina Salomé Ureña, 2do. piso.

La entrevista, finalmente publicada el 3 de marzo, 1973, con las declaraciones de Toribio Peña Jáquez, conmovieron literalmente el país, marcaron un récord de época en la tirada y circulación de un periódico diario.

La opinión callejera y las conversaciones hogareñas asumieron los temas envueltos en la entrevista. También se dispararon múltiples conjeturas.

El periódico circulaba profusamente, la voz callejera y otros medios reflejaban el impacto de la comparecencia y recogían reacciones. Ocultos, Toribio Peña Jáquez y quien escribe, escuchábamos repercusiones radiales.

Habíamos cumplido la misión encomendada, pero obligados a permanecer clandestinos, sin dejar brechas a sospechas sobre nuestra identificación y movimientos.

Por el momento, continuar clandestinos y desplazarnos con armas y granadas  logrando la entrevista, fue una meta cumplida, mientras picaba y se extendía el “palo” periodístico del vespertino.

El convencimiento del éxito de la entrevista no anulaba la contingencia, ni las tensiones.

Al contrario, acentuaba la posibilidad de ser descubiertos, sorprendidos en circunstancias imprevistas y desfavorables, con la eventualidad de un desenlace sangriento y trágico.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas