Tormenta de arena en una caldera

Tormenta de arena en una caldera

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
La tormenta que se ha desatado en torno a la acción del Ayuntamiento de Baní, para arrendar y vender unos terrenos que estaban en el ámbito de lo que era originalmente la Base Naval de las Calderas, ha desatado un aquelarre infernal con el propósito de sacrificar al síndico de Baní con insinuaciones de las más variadas naturalezas, pero todas envueltas en una acción política de un matiz bien definido.

El hecho de que se denunciara que se estaba afectando el monumento nacional de las dunas, que tan apegado está a los sentimientos banilejos y nacionales, aglutinó a la opinión pública, que apasionadamente, y sin querer oír explicaciones ni razones, se unieron para exigir la rescisión del contrato de arrendamiento con la empresa que desde hace años aprovecha lo que fueron las instalaciones originales de los Astilleros Navales Dominicanos, que se han mantenido en un peregrinaje desde orillas del río Haina, a Sans Soucí hasta los terrenos de la Base Naval de Las Calderas.

Quizás por el surgimiento de un fundamentalismo ambientalista, con adherencias políticas de matices definidos, la empresa operadora de los astilleros, está expuesta a cesar sus operaciones cuando la exaltación obnubila las razones y se prefiera perder una fuente de empleos. Esa probable acción sería similar a lo que pasó en Afganistán cuando los talibanes en el poder destruyeron preciosas e incalculables joyas de arte de la humanidad.

Los terrenos colindantes a la Base Naval, y al norte de la carretera Las Calderas-Las Salinas están aislados de las dunas por esa vía, y la vez no presentan ninguna formación que le dé continuidad al monumento nacional Félix Servio Doucoudray, ya que su estado natural impiden integrarse al conjunto de las dunas; queda como un sector salado aislado para utilizarlo en otros usos más convencionales, que no afectan la preservación, como un todo, de las dunas.

Por lo que se ha visto, los terrenos sujetos del encono banilejo en contra de su síndico, no influyen en la acción natural de las dunas por la existencia de la carretera, cuya presencia impide el proceso natural de las dunas de avanzar hacia la bahía que a su vez la protegen, que sin ellas, no existiría como tal esa hermosa bahía que ya una vez Cristóbal Colón la bautizó como Puerto Hermoso, cuando se guareció de uno de esos huracanes tropicales de verano y otoño que azotan la región anualmente.

Es evidente que las dunas deben continuar siendo protegidas y preservadas en su belleza natural, pero los sectores sensatos e imparciales de Baní y del país no deben cerrar a cal y canto su racionalidad que perturbaría el desarrollo. Ya de por sí, por muchos años, las dunas fueron afectadas por el avance humano; así ha surgido una vigorosa comunidad que no solo vive de la pesca y de las salinas, sino del turismo, que incipiente y tímido, se ha ido afianzando en base a los atractivos de la zona, en especial su hermosa bahía y sus vientos predominantes, que contribuyen eficazmente al desarrollo del velerismo.

Indudablemente que la protección de las dunas tiene aliados por centenares. Pero se ha creado una cultura del fundamentalismo ecológico que en sus acciones alterarían los intereses de desarrollo de la comunidad y del país. Es que por consideraciones apoyadas en subjetivismo y sin una base racional, amedrentan a las autoridades y empresarios e impide un uso más racional de los recursos. Sin bases lógicas y científicas, los ecologistas arrinconan a las autoridades que se repliegan por temor a las opiniones ardientes de gentes, que en siglo XXI, han encontrado en la defensa al medio ambiente su nicho que perdieron cuando las doctrinas de izquierda pasaron al archivo de la historia.

La raza humana, urgida por alcanzar su bienestar, dejó de creer en el paraíso que se les pintaba con doctrinas igualitarias y se dieron cuenta que la libertad es esencial para el desarrollo, sin ataduras carentes de racionalidad y lógica que quisieran imponer los ambientalistas, que ya quisieran impedir que la gente existiera para que la naturaleza se apodere de lo que hoy son terrenos que generan riquezas a las naciones.

Por más vueltas que se le quiera buscar para impedir el afianzamiento de los astilleros en Las Calderas, los terrenos de la desavenencia, no contribuyen al poder regenerador y protector de las dunas, que ha ido consolidándose gracias a la protección existente, convirtiéndose cada día más en un atractivo para la región, y en donde el páramo entre la carretera y la bahía en su lado norte, puede ser mejor aprovechados para el desarrollo industrial, que la insistencia y exigencia de hacerlo parte de las dunas.

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