Tormentas, huracanes, ciclones y ondas tropicales

Tormentas, huracanes, ciclones y ondas tropicales

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ ROJAS
El tres de septiembre de 1930, el ciclón San Zenón embistió con toda la furia de sus ráfagas de más de doscientos kilómetros por hora la ciudad de Santo Domingo, en esa época una aldea en donde la mayoría de las casas eran de tablas de palma y de mampostería. Sólo en ciudad colonial y en parte de Ciudad Nueva se podían encontrar casas con estructuras resistentes.

Por supuesto, los destrozos causados fueron de gran envergadura y la ciudad quedó casi totalmente destruida. Pasaron cuarenta y nueve años sin que se presentase otro fenómeno atmosférico de tal envergadura, hasta que el 31 de agosto de 1979, el ciclón David se ensañó sobre la capital dominicana. En esta semana se cumplen veintiséis años de su paso devastador y dos días después la tormenta Federico completó la tarea de sembrar muerte, pánico y desolación en el territorio nacional. A partir de ese año, hemos tenido una secuela de tormentas, huracanes, depresiones, ciclones y ondas tropicales que han destruido parcialmente las zonas por las cuales penetran en nuestro territorio. Recordamos a Inés, Flora, Emily, Hugo, Hortensia, George y últimamente Jeanne. Es decir, un fenómeno de gran intensidad cada tres años. Esto significa que los cambios climáticos operados en el mundo por el fenómeno del calentamiento y el deshielo de los polos podría en un futuro constituirse en un ciclo de uno o dos anuales.

El año pasado, varias de las islas caribeñas fueron arrasadas por ciclones. A nosotros nos tocó Jeanne en la parte Norcentral y Este del país, pero el país que más sufrió fue los Estados Unidos de América, habiendo sido impactado el Estado de la Florida en un solo mes por cuatro ciclones y huracanes. En este Estado, que había sido seleccionado por una gran mayoría de personas que alcanzando la edad de jubilación desean retirarse allí, las mismas han visto malogrados sus propósitos y han optado por trasladarse a otros Estados más seguros como Arizona y Luisiana. Pero la fatalidad persigue a los que eligieron el último. El huracán Katrina, hasta ahora el más devastador que ha azotado el sur de los Estados Unidos de América, ha causado cientos de personas muertas y desaparecidas, dejando sin hogar a miles de personas y estragos por más de veintiocho mil millones de dólares. Todo esto, acompañado de la destrucción o desaparición de más de veinte torres petroleras en el Golfo de México, lo cual ha hecho que el presidente Busch declarara el estado de emergencia y dijera que ordenará la utilización de las reservas petroleras.

Tal vez haya llegado el momento de retomar el proyecto aquel que años atrás iniciaron los Estados Unidos de América, que consistía en atacar con hielo seco para diluir los huracanes y ciclones en su fase inicial de formación, el cual abandonaron ante la protesta de Cuba, que supuso que el programa iba destinado a dirigir hacia la isla caribeña dichos fenómenos atmosféricos y también la decisión de México oponiéndose al plan, ya que, según sus autoridades, los huracanes y ciclones en el Caribe contribuían a paliar la sequía natural que siempre ha acompañado a la calurosa provincia de Yucatán.

La temporada ciclónica, que cada año dura cinco meses, se ha constituido últimamente en la espada de Damocles de la región del Caribe, Centro América y el Golfo de México, con los Estados del Sur de los Estados Unidos de América que bordean el mismo. Tenemos una seguidilla de años confrontando este problema cuya única defensa la constituye el poner defensas en puertas y ventanas y eliminar los objetos que el viento pueda convertir en material causante de muertes y destrozos, manteniéndonos impotentes antes las crecidas de los ríos y los embates de las olas del mar.

En los Estados del Sur, las autoridades deben obligar a los constructores a utilizar bloques de cemento y varillas de construcción, en lugar de los aglomerados de madera y vigas prefabricadas. Parecería inaudito que el país más poderoso de la tierra permita construcciones endebles, que si bien son confortables, no dejan de constituir un peligro cuando son atacadas por vientos huracanados de más de doscientos kilómetros por hora e intensas lluvias y desbordamientos de ríos.

Los países ricos e industrializados, que se gastan millones y millones de dólares para fabricar armas de exterminación masiva, deberían abocarse a la búsqueda de un sistema seguro que le permita a un equipo elite multinacional, acometer inmediatamente la tarea de aniquilar cualquier fenómeno atmosférico inmediatamente se comience a formar, el cual pueda posteriormente atentar contra la vida y bienes de los habitantes de los países que se encuentren en su trayectoria. El país o los países que tomen esta iniciativa, contarán con el soporte y la gratitud del resto de la humanidad.

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