Torre de Babel 

Torre de Babel 

Cuando mamá coleccionaba los muñequitos a colores que publicaba La Nación, desde 1940, aún no había ido a la escuela pero ¡cuánto disfruté! leyendo la colección de Dick Tracy sin esperar que llegara el periódico dominical.

Desde entonces se inició mi afición a  los periódicos, a  la ortografía, al modo correcto de escribir y describir con una gran economía de palabras que conformaban un todo que permitía intuir la verdad de lo relatado, la certeza de la información que se servía a los lee periódicos.

Mamá era una excelente maestra de primeras letras y papá era un profundo conocedor de su idioma: el castellano.

Nací y me crié en una casa donde si preguntaba el significado o la grafía de una palabra se me  enviaba a consultar el diccionario.

Del profesor Arcadio Encarnación Cáceres lo que más recuerdo es cuán atento estaba a preguntar el significado de cualquier palabra que él entendiera  que el estudiante pudiera no conocer. Esa fue la culminación de mi amor a los diccionarios.

A finales de la década de 1950, don Emilio Valentino González, un periodista que se salvó de las garras de Trujillo y vivió hasta ver la ejecución del tirano, me introdujo en el ejercicio de escribir usando las letras por su sonido, lo que ahora acepta en parte la Academia de la Lengua y practican los jóvenes “twiteros” y quienes se comunican usando el “bibi”.

Aunque andemos tan avanzados en la velocidad y efectividad de las comunicaciones, aún debemos respetar las reglas del idioma para que podamos entendernos.

Lo que ocurre hoy con el idioma es tan grave que no tenemos modelos a seguir habida cuenta de que la comunicación escrita fluye de manera más abundante mediante el uso de los medios electrónicos que a través de los periódicos impresos.

Juan Bosch decía que el léxico de los dominicanos no pasaba de mil palabras. En estos días escuché a un filólogo afirmar que nuestro vocabulario no pasa de las quinientas palabras.

Y de esas quinientas palabras observo en la prensa de papel y en libros impresos en el país, que hay horribles confusiones al escribir, por ejemplo “doptrina”, cuando se habla de doctrina.

A ello es bueno sumar la pérdida del habla dominicana por efecto de las telenovelas, habladas en mexicano, venezolano, brasileño traducido y colombiano.

En mi juventud… y  hasta mucho después, los periódicos diarios eran una escuela de ortografía, sintaxis y todo lo relacionado con el arte del buen decir.

Dado que he visto escribir “herrores”, “conbención” y otras barbaridades pienso que, ciertamente, hay una declinación peligrosa de la prensa periódica que ha dejado de ser un arquetipo de escritura correcta.

También eso les dejamos a los nietos. ¡Qué pena!

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