Torre del estudiante: el monumento a la dominicanidad

Torre del estudiante: el monumento a la dominicanidad

Si uno fuera a resumir nuestra enraizada pasión por dejar destruir las cosas por la falta de mantenimiento, se podrían señalar como símbolos el Monumento a Montesinos y la Torre del Estudiante, ubicada en la avenida Quinto Centenario, aparte de decenas de hospitales, en los cuales confluye toda la indolencia de los funcionarios de cualquier jerarquía para dejar destruir las obras públicas.

Hace unas cuantas semanas que el rector de la UASD pidió ayuda al gobierno tan adicto al paternalismo presidencialista, muy hábilmente manipulado por el presente régimen, para reconstruir los once pisos de la Torre del Estudiante, llevada al extremo del abandono por falta de mantenimiento. La indolencia clásica de burócratas, así como el vandalismo de sus ocupantes, se han encargado de precipitar al fondo del descuido una obra que tuvo un hermosa concepción de ayudar a los estudiantes pobres de los pueblos para que pernoctaran en un cómodo hábitat, muy distinto a los de su pueblo natal, lleno de precariedades.

Los daños, estimulados por los inquilinos por su falta de cultura de preservación de los inmuebles, en particular los de su propiedad, afloraron rápidamente, mientras las reparaciones no se ejecutaban con igual diligencia. Desde el daño irreversible a los ascensores hasta el colapso de las instalaciones sanitarias y con filtraciones por doquier, llevaron ese proyecto a su ruina.

Ahora se clama al gobierno paternalista, el socorro financiero, que usualmente lo aporta cada vez que colapsan las instituciones, en especial los hospitales y escuelas. Estas en la actualidad reciben grandes inversiones en un monto asombrosamente elevado, para que en menos de un año las estructuras e instalaciones comiencen a dar señales de descuido en el mantenimiento, así como por el acostumbrado vandalismo de los usuarios y la incapacidad gerencial de sus administradores y directores de esos centros, convertidos en nauseabundos basureros.

La indiferencia de la burocracia oficial para el mantenimiento es de antología. Desde 1966, los funcionarios y empleados de menor cuantía adoptaron, en un pacto no escrito ni concertado, el dejar destruir las obras para obligar al presidente de turno, fanático de las obras físicas, a reemplazarlas por nuevas estructuras.

Hoy se clama la ayuda para la Torre del Estudiante, ayer les llegó el turno a escuelas y hospitales, antes fueron las carreteras reconstruidas para beneplácito y admiración de los usuarios, mañana será la atención urgente e inaplazable de la costosa y antieconómica presa de Pinalito, con su actual daño estructural de las márgenes de la obra por la erosión de sus laderas, que podría afectar la estructura.

Pero en un pasado no muy lejano fue la desidia oficial dominicana para olvidarse de la protección y preservación del monumento a Fray Antón de Montesino, donado por el gobierno mejicano en la década del 80 del siglo pasado, en que el anuncio de atacar el problema solo queda plasmado en las páginas de los diarios o en los vídeos de los canales de televisión que cubren el evento de anunciar la restauración del monumento, que no duran lo que una cucaracha en un gallinero. Solo ha quedado como refugio para los pedófilos y menores inhaladores de cemento y delincuentes de menor cuantía.

La clásica foto del José Boquete del Diario Libre es algo de antología para poner en evidencia la desidia de las autoridades, que no se ocupan en atender las condiciones de las aceras, contenes, cunetas y calles dañadas con los hoyos que son un peligro para los ciudadanos de a pie, y los transportados en vehículos, que de buenas a primeras, se ven con una pierna rota o una punta de eje partida con los inconvenientes que tal suceso provoca.

Si fuéramos a otorgarle un símbolo a la indolencia y desidia de los funcionarios gubernamentales, que desde 1966 se empeñaron en no darle mantenimiento a las obras, habría que señalar la Torre del Estudiante, que por su altura de once pisos, sería el más indicado de instaurar la vergüenza nacional de la incuria e indolencia oficial de dejar destruir las obras públicas.

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