Tortuga forense dominicana

Tortuga forense dominicana

En la ciudad italiana de Boloña, dentro del ambiente universitario, ya para el año 1270 de la era cristiana, los profesionales de la medicina llevaban a cabo disecciones anatómicas con la finalidad de identificar las alteraciones responsables del fallecimiento de las personas. También realizaban a requerimiento de las autoridades judiciales, los peritajes médico legales solicitados. Al florentino doctor Antonio Benivieni le cabe la gloria de haber creado la especialidad de patología a finales del siglo XVI. El matemático y astrólogo francés Jean Fernel fue el primer patólogo renacentista a tiempo completo. Giovanni Batista Morgagni en 1761, al cumplir los 79 años reportó detalladamente sus observaciones en 640 autopsias, donde pudo demostrar el sustrato anatómico en donde se asentaban las bases de las enfermedades. El escocés John Hunter valiéndose del método científico utilizó el microscopio para ir a los detalles tisulares particulares de las diferentes dolencias. El galeno alemán Rudolf Virchow con justeza llamado el padre de la patología celular, postuló que siendo los órganos y los tejidos un conglomerado de células, eran en estas últimas en donde debían encontrarse las alteraciones que explicaran los signos y síntomas presentes en los trastornos orgánicos. De ahí en adelante vendría una acelerada explosión de conocimientos mucho más profundos que incluyen la microscopía electrónica, la inmuno histoquímica, la genómica, la nanotecnología y la inteligencia artificial.
Finalizando la segunda década del presente milenio vemos la informática analizando en tiempo record, e interpretando billones de datos para al instante reportarnos diagnósticos moleculares con un grado de certeza prácticamente infalible.
Hoy es factible colocar el cuerpo sin vida de una persona en un equipo de imágenes de resonancia magnética y conseguir detalles de los cambios orgánicos, en áreas de difícil acceso con la sierra y el bisturí del antojo-patólogo tradicional; son las denominadas virtopsias o necropsias digitales.
Nosotros desde nuestro isleño, adormecido e indolente refugio antillano caribeño contamos los años, en tanto que el mundo desarrollado, a la vanguardia de la tercera revolución médico científica, mide los nanosegundos con un reloj atómico. Despertamos y nos dormimos bajo el ritmo de la pegajosa melodía “Despacito” del puertorriqueño Luis Fonsi. ¿Por qué habría entonces de extrañarnos que una desesperada hija, se vea compelida a recurrir a los canales de televisión, y a las redes sociales para denunciar que lleva más de tres semanas, implorando a las autoridades judiciales correspondientes que le digan si el cadáver descompuesto de un sujeto guardado en la morgue de un cementerio de la ciudad capital, corresponde o no al de su desaparecido progenitor?
¿Cuál es la razón por la cual a las familias sin abolengo, ni padrino, se les someta a un tormentoso calvario, a fin de obtener un reporte médico legal claro, conciso, preciso, sin ambigüedades, y sin chantajes, adornado de la pulcritud, la certeza y la rapidez que las circunstancias demandan?
¿Cuáles son los motivos de esa indolente demora? ¿Existe en esta era de la post verdad la voluntad política para invertir en tecnología de punta para emparejar con los niveles de progreso del resto de la humanidad? ¿Reconoce nuestro poder judicial las limitantes que traban el desarrollo de la práctica forense dominicana? ¿Existe la voluntad política para cambiar el crónico, deficitario y arcaico sistema gerencial médico forense criollo?
¿Seguiremos haciendo más de lo mismo? No se equivocó Albert Einstein, los resultados serán los mismos. Debemos y tenemos que cambiar.

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