Tradiciones perdidas

Tradiciones perdidas

Una de las grandes tragedias humanas ha sido que el modernismo y el progreso, mal entendidos y peor asumidos, han tornado en rara excepción una de las prácticas más preciadas de hombres y mujeres en todos los tiempos.

Los cambios comenzaron por distorsionar severamente el sentido y contenido de las tradiciones de estos pueblos. Así, el período de Semana Santa, que fuera de recogimiento y meditación en el mundo cristiano, ha pasado a ser irreverentemente festivo y consumista, y ni hablar de la Navidad, durante la cual se ha pasado de la adoración al derroche y la ostentación, y de la buena vecindad y solidaridad a la parranda sin cuartel.

No extraña, entonces, que nuestros viejos sientan nostalgia por aquellas épocas pasadas en que compartían con sus vecinos la cena navideña y la Misa del Gallo era un ritual que acentuaba la unión, la más pura solidaridad.

-II-

Un trabajo de nuestro reportero Germán Marte, publicado ayer en la página 12 de este matutino, recoge las añoranzas de varias personas de avanzada edad que han notado, y lamentado por supuesto, la virulencia de los cambios en las tradiciones y sentimientos humanos.

La quiebra de la cohesión familiar, que ha sido uno de los gérmenes de la degeneración actual, hace que muchos jóvenes de hoy perciban la solidaridad como un acto de la más barata cursilería, a pesar de ser un don que todos debemos alimentar y ejercer a plenitud, que todos, en cualquier momento, necesitamos y añoramos.

Hoy el gran comercio promueve el consumismo y la gente se deja arrastrar hacia las tiendas por esas virtudes de la publicidad que hacen adquirir hasta lo innecesario. Una manera, habría de ser, de dar fuga a las privaciones y necesidades de todo el año para retomarlas tan pronto como pase la resaca.

-III-

En estos tiempos, cuando hacemos amagos para salir de la crisis económica, tenemos por delante serios problemas sociales por enfrentar. Por un lado, la criminalidad y la violencia se han enquistado en el diario vivir y coexistimos en todo momento con la inseguridad que han impuesto la violencia y los antisociales que la ejercen.

Por otra parte, tenemos una justicia que todavía no ha mostrado destreza en el manejo de las nuevas pautas procesales y que luce, por así decirlo, débil e inconsistente frente al delito y sus autores. La coerción no parece estar surtiendo los efectos esperados, o no se está aplicando de modo que los surta.

Estas circunstancias hacen que la gente se unifique para rechazar y hasta enfrentar el crimen, y lo hace como si estuviera descubriendo la medicina para un mal, cuando en realidad está retomando, aunque coyunturalmente, una especie de brebaje curativo del pasado que se inscribe en  esas tradiciones de buena vecindad, de compartir lo poco o lo mucho, de ser solidario ante el mal común, de cuidarse mutuamente.

La aspiración nuestra es que volvamos a esas formas de vida en que el bien era la regla y el mal la excepción, y en que la solidaridad y la buena vecindad eran costumbre y pauta de vida, no medicina de coyuntura, como es en estos tiempos la unión contra la delincuencia.

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