Tragedia: ancianidad indeseada

Tragedia: ancianidad indeseada

Narra la historia que en la Grecia antigua existía en la estructura del Estado Espartano la Gerusía o Consejo de Ancianos. Dicho organismo consistía de 28 personas todas mayores de 60 años; su función era la de preparar las leyes, decidir sobre la guerra o la paz y analizar en la corte los casos de homicidios. 

Se entendía que estos individuos de avanzada edad guardaban en su memoria la sabiduría de varias generaciones, por ende, nadie iba a la guerra sin el consentimiento de los envejecidos expertos. También en el Asia como en la India los pueblos oían y respetaban las opiniones y recomendaciones de las personas mayores. Para ese entonces era un verdadero privilegio y una dicha llegar a viejo.

Varios siglos han pasado, la sociedad ha ido de  manera paulatina, pero en creciente, desarrollando una cultura de menosprecio y abandono hacia nuestros abuelos. Muchos de ellos son hoy objeto de burla, irrespeto, abuso, abandono y maltrato.  ¡Quién iba a imaginarse  que en pleno siglo XXI y en la legendaria barriada sancarleña de Santo Domingo de Guzmán iba a darse un hecho tan horrendo como el que a continuación narro! Una  humilde señora de 98 años aquejada de un avanzado cáncer de mama con metástasis a un  cerebro atrófico,  asociado a infartos antiguos del miocardio por enfermedad coronaria y calcificación de la válvula aórtica, sumado a severo daño vascular de ambos riñones, fue embestida por manos criminales que desnudaron su enflaquecido cuerpo y le ataron sus débiles miembros superiores al tórax y abdomen a modo de andullo. 

No conforme con tanta barbarie, se procedió a amordazarle la boca y la nariz con una sábana, causándole una espantosa asfixia por sofocación.

Este abominable hecho se da en una zona densamente poblada; sin embargo, el cuerpo sin vida de la desafortunada mujer no fue descubierto sino después de varias horas, cuando ya empezaba a aflorar el proceso de la descomposición cadavérica.

Muy ajenos al horripilante crimen perpetrado a la madre estarían los hijos, quienes empujados por la necesidad deambulan por playas extranjeras tratando de encontrar un empleo con qué ganarse el sustento que la patria no les puede proveer.

Para algunos, este tipo de noticia constituye un titular más de los tantos que a diario aparecen. Pocos piensan que esa desgraciada anciana pudiera tratarse de su propia madre, hermana, comadre, vecina, amiga, o simplemente otra dominicana desheredada de la fortuna.

Analizo, luego reflexiono y me digo: avergonzado estoy de llamarme hijo de Duarte, o cristiano, si guardo silencio y no denuncio tan inhumano acto.

¿Quién dijo que estamos bien? Mientras tengamos ancianos padeciendo a solas de cáncer y del corazón, cuyo descanso final sea solo posible a través de una criminal sofocación, entonces se hace imperioso admitir que estamos mal, pero muy mal.

Que me perdonen los que sienten que desentono con mi canto de rabia impotente, pero es que si no lo hago mi asfixia sería peor que la de la occisa arriba expuesta.

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