Tragedia campesina

<p><span>Tragedia campesina</span></p>

SERGIO SARITA VALDEZ
Confieso haber cometido el imperdonable pecado de perseguir por casi cuatro décadas a un visionario escritor futurista que responde al nombre de Alvin Toffler. Le he seguido los pasos desde que en 1970 le naciera su primogénito libro titulado El shock del futuro. En 1980 la población cautiva por su estilo se estremeció al leer otro de sus best seller, esta vez lo denominó La tercera ola. En esta primera década del nuevo milenio, es decir, en 2006 vuelve a chocarnos con su más reciente producción literaria que lleva como nombre La revolución de la riqueza.

Del tercer capítulo de este último libro, llamado Olas de la riqueza, me permito extraer estos dos párrafos: «La invención de la agricultura significó que, en los años buenos, el trabajo del campesino podía producir un pequeño excedente por encima de la mera subsistencia. Y eso conllevó que, en lugar de vivir como nómadas, nuestros antepasados pudieran establecerse en aldeas permanentes para cultivar cereales en los campos cercanos. En resumidas cuentas, la agricultura trajo un modo de vida completamente nuevo a medida que se expandía el mundo.

El pequeño excedente ocasional hizo posible almacenar algo para los malos años por venir. Pero, con el tiempo, también permitió a las élites dirigentes – señores de la guerra, nobles y reyes apoyados por soldados, sacerdotes y recaudadores de impuestos y tributos — hacerse con el control de todo o parte de dicho excedente, una riqueza con la que crear un estado dinástico y financiar su propio y lujoso tren de vida. Dichas élites pudieron construir grandes palacios y catedrales, cazar por diversión y hacer regularmente la guerra para hacerse con tierras y esclavos o siervos que produjesen para ellos excedentes aún mayores con los que mantener, en las cortes, a artistas y músicos, arquitectos y magos, al tiempo que los campesinos pasaban hambre y morían».

Con medio siglo de anticipo nuestro poeta nacional don Pedro Mir, al tiempo que deleitaba a unos con su dolor hecho verso en Hay un país en el mundo, a mí, diez años después me abriría los ojos de una manera tan desorbitada que ya jamás pudieron volver a cerrarse. Decía el entrañable amigo del profesor Juan Bosch en parte de ese hechizante poema: «Hay un país en el mundo/ colocado en el mismo trayecto del sol. / Oriundo de la noche. / Colocado en un inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol…/ Hay un país en el mundo/ donde un campesino breve, / seco y agrio/ muere y muerde descalzo/ su polvo derruido/ y la tierra no alcanza para su bronca muerte. ¿¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido, / es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste, / triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije: / sencillamente triste y oprimido… Decid al viento los apellidos / de los ladrones y las cavernas / y abrid los ojos donde un desastre / los campesinos no tienen tierra… / Los que la roban no tienen ángeles / no tienen órbita entre las piernas / no tienen sexo donde una patria/ los campesinos no tienen tierra. / No tienen paz entre las pestañas / no tienen tierra no tienen tierra.»

Retornando a la ahora pareja de los Toffler, ellos hablan de la nanotecnología y de la nanoproducción, tiempo acelerado, espacio virtual, así como del conocimiento como la nueva y más importante forma de capital. Nos maravillan con las novedosas herramientas K del laboratorio moderno. Explican ellos: «En principio, los investigadores pueden- o pronto podrán – dar un paseo por el interior de un simple grano de arroz para observar visualmente cómo se construyen sus estructuras internas a medida que crece y seguir observándolo cuando el arroz es almacenado, procesado, transportado y cocinado. Los investigadores podrán, por así decirlo, pasear por un intestino en trance de digerir el arroz»

Al final y regresando al criollo petromacorisano Pedro Mir, éste nos muestra los años luz que separan el mundo dominante super-desarrollado del resto de naciones pobres cuando declama: «Así vamos los pueblos de América / en mangas de camisa / No pregunte nadie por la patria de nadie. / No pregunte si el plomo está prohibido, / si la sangre está prohibida, / si en las leyes está prohibida el hambre».

¡Tiempos de reflexión amigas y amigos lectores!

Publicaciones Relacionadas