Tragedia de las uñas limpias

Tragedia de las uñas limpias

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Hace muchos años, siendo un adolescente, visité la ciudad de Eger, un sitio encantador rodeado de viñedos. La campiña es, más que atractiva, radiante; produce en quien la cruza una grata sensación de bienestar, de ajuste con el entorno o, si se quiere, de fusión panteísta entre el hombre y la naturaleza. Hay bodegas que fabrican vinos excelentes. Eger está en el centro de la región que corresponde al Norte de Hungría. El año pasado, cuando viajé a Budapest, aproveché para escurrirme en un autobús hasta Eger.

A sólo un kilómetro de allí se encuentra Zepasszony – Volgy, esto es, el Valle de las Mujeres Hermosas; es un lugar donde el cultivo de las uvas y la elaboración del vino son tradiciones antiguas y prestigiosas. Quería conocer una pequeña población cercana en la que fueron fusilados catorce jóvenes de una escuela secundaria, en la época que precedió en mi país a la instalación del régimen comunista. Tenía la esperanza de conocer a los parientes de las víctimas, de poder escuchar la historia de labios de algunos familiares supervivientes. Se dice que un grupo de milicianos de una brigada proletaria, en momentos de confusión política e intervención extranjera, ocuparon la escuela del pueblo para usarla como bastión y dominar los alrededores desde un punto más alto. Encontraron escondidos en el sótano a catorce muchachos estudiantes. Estos milicianos eran obreros de una fábrica de motores cerrada años atrás; en el curso de las luchas callejeras fueron agregando a la brigada unos cuantos campesinos de Fuzesabony, poblado próximo al río Eger. El más viejo de los milicianos encañonó a los escolares, que temblaban aterrorizados; luego los sacó del sótano y los llevó al patio de la escuela. En presencia de una buena parte de los lugareños el jefe de la brigada ordenó: enseñen las manos al sargento Kóvacs; este miliciano sin dientes fue revisando las manos de cada uno de los jovencitos; entonces gritó: tienen las uñas limpias; se ve que no han trabajado nunca. El comandante, sin dejar transcurrir cinco minutos, les dijo: pongan las manos sobre la cabeza y den media vuelta. Acto seguido ordenó airado: ¡fusilen a todos! Los catorce jóvenes se fueron desplomando en parejas como muñecos de trapo rellenos de anilina roja.

– Un amigo de Panonia ha hecho media docena de excursiones a Fuzesabony con el propósito de conocer sus nombres, recabar información de hermanos o condiscípulos. Muchas familias se han trasladado a otras poblaciones y no es fácil localizarlas. Las autoridades municipales actuales colaboran poco porque abrir archivos se tiene por cosa peligrosa o comprometedora. Una época de atropellos trae consigo otra época de ocultamientos y a ésta sigue una de envilecimiento general. He recibido, no obstante, ocho fichas que, con toda probabilidad, pertenecen a otros tantos jóvenes fusilados. Muchos campesinos y obreros de la región sienten miedo de que se pueda acusar a sus padres o abuelos de haber cometido crímenes políticos, abusos contra propietarios de granjas y negociantes de provisiones. Casi todos cierran la boca herméticamente. Son ostras desconfiadas. Gracias a Panonia he podido avanzar un poco en el esclarecimiento de estos ingratos sucesos. – Un periodista yugoeslavo descubrió hace ocho meses que en la Iglesia Ortodoxa Serbia de Eger alguien coloca todos los meses una bandeja con catorce luces memoriales de difuntos. Entré en el Szerb. Templon, antes de que se difundiera esta noticia; pero me concentré por entero en examinar los iconos preciosos del templo. La costumbre de prender velas en las iglesias ortodoxas obliga a limpiar la cera que cae continuamente en el piso. Todos los días las pobres mujeres de la limpieza se afanan en desprender la costra de parafina con una espátula amarrada en la punta de un palo. Son mujeres de edad avanzada a las que resulta incómodo doblar las espaldas. Sé que esta semana interrogarán a varias de esas mujeres sobre el misterio de las catorce luces. No es fácil que las catorce familias de los jóvenes, fusilados por tener las uñas limpias, se hayan puesto de acuerdo para prender los velones cada mes. Es posible, sin embargo, que una de las familias, la de mejor situación económica, ponga las velas en nombre de todos los caídos. Escribiré a Budapest para que Ignaz averigüe, con el pope de la propia iglesia, la identidad de los feligreses que dan limosnas más generosas. Pero tengo que esperar a que regrese de Praga; sólo tengo su dirección en Budapest. No tener la otra dirección es un descuido imperdonable de mi parte.

– Panonia ha enviado, a modo de explicación política y sociológica, otro texto de Karl Manheim, el maestro húngaro de su profesor alemán. Es un párrafo sobre las fuerzas que desorganizan la vida colectiva o la degradan; sobre los “grupos dominantes” tradicionales y las clases emergentes: “la democratización funciona como un ascensor que cada vez lleva más a las capas inferiores el cinismo de las superiores. Pero mientras que originariamente cinismo e ironía sobre si mismo son formas sublimizadas de una perplejidad, formas elusivas de un alma que se ha hecho complicada, que quiere justificarse de lo que no tiene justificación posible, en el caso de la masa el cinismo se convierte en pura brutalidad que no encuentra ya causa ninguna en que ocultarse”. ¿No es paradójico – dice Panonia – que después que una familia burguesa invierte doce años en educar a un hijo, en colocarlo en posición de comenzar una costosa carrera universitaria para que no tenga que trabajar con las manos sino con el intelecto, entonces ese hijo encuentre la muerte con motivo del refinamiento que significa apartarse de las tareas agrícolas, del trabajo físico? Cuando una clase social está a punto de alcanzar un alto grado de perfeccionamiento cultural, de responsabilidad moral, de maneras urbanas, ese es, precisamente, el momento en que debe ser aniquilada. ¿No parece esto una nueva versión del mito del eterno retorno? ¿No es como una noria de la historia? La bandeja con catorce velas empezó a colocarse en el iglesia a partir de 1990, desaparecido ya en Hungría el absolutismo totalitario. El absolutismo monárquico no era totalitario porque no tenía los instrumentos – de propaganda, técnicos y de coerción social – suficientes para controlar a toda la población. El clásico despotismo ilustrado es sustituido a veces por el más “deslustrado” de los despotismos: el del rencor y de la ignorancia.

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