Espantosa aunque real y cierta resulta ser la desagradable noticia procedente de Santiago de los Caballeros y aparecida en el diario El Nacional, que dice en parte: Molesto porque su esposa se resistió a reconciliarse con él, un empleado privado la asesinó a cuchilladas esta madrugada en un motel de esta ciudad; segundos después hizo lo mismo con sus dos hijos, incluyendo uno de tres meses de nacido, y luego se ahorcó.
Para quienes no siguen las estadísticas de causas de muerte en la República Dominicana éste trágico incidente no pasa de ser un hecho aislado; sin embargo, los que sí llevamos un registro de la mortalidad nacional nos sentimos muy alarmados con el curso de los acontecimientos. Ya no se convierte en titular de primera plana la información de que un miembro de nuestros cuerpos armados mate a su mujer por razones de celos. Algo parecido sucede con personas que se quitan la vida por motivos financieros o trastornos depresivos. Se está perdiendo la capacidad de asombro y ello es altamente peligroso.
Hace decenas de años que la violencia familiar viene experimentando un incremento en la incidencia de los homicidios y feminicidios, así como de los suicidios. Esto sigue un paralelismo con la acelerada transformación de una sociedad rural en otra urbana. Se trata de un grave mal que amerita de una profunda reflexión multidisciplinaria destinada a elaborar un programa preventivo y de promoción de la salud mental que involucre a los actores del hogar, las escuelas, clubes, asociaciones, partidos políticos, iglesias y Estado.
Sin una poderosa y decidida acción coordinada, dirigida a los sectores más vulnerables de la sociedad, no será posible enfrentar con éxito este cáncer social. Hay que cambiar los paradigmas educativos, culturales y de relaciones sociales que nos lleve a desarrollar una nueva visión y actitud acerca del mundo moderno. El carácter posesivo y machista imperante en nuestras zonas rurales y barrios pobres del país, induce a actitudes violentas por parte de hombres que, erróneamente, se consideran despojados de una falsa mercancía humana, la cual manipulan a su antojo y de modo abusivo y caprichoso. No habrá paz, ni amor en casa, ni en sitio alguno, en tanto no aprendamos a convivir y a entender que una relación de pareja jamás debe apoyarse en la amenaza y el chantaje, sino más bien en el respeto mutuo, así como en el consenso para las decisiones que envuelvan a ambas partes.
La sociedad dominicana está enferma pero su mal es crónico y amerita de un serio y esmerado esfuerzo colectivo, basado en la identificación de las condicionantes objetivas y subjetivas históricas que sostienen el actual estado de cosas. Se trata de una enfermedad con raíces culturales, socio-económicas y psicológicas enclavadas en el cerebro de cada dominicano. Los instintos alienantes impositivos y salvajes deben ser convertidos en actitudes humanizadas que nos induzcan verdaderamente a amarnos los unos a los otros. Es de esa manera y no de otra como abandonaremos la barbarie para entrar en una era civilizada y progresista.