Trágicas consecuencias del doble estándar 

Trágicas consecuencias del doble estándar 

Uno de los más pertinaces críticos del Presidente Fernández se preguntaba, hace pocos días, “¿para quién gobierna Leonel?”. Otro obstinado columnista atribuye al gobernante dirigir a su antojo la reforma constitucional “sin consulta popular alguna”. Un tercero tercamente insiste en desmeritar al jefe del Estado endilgándole una alegada desconexión con los padecimientos del pueblo.

Si se lee la prensa, puede verse que nuestro Presidente disfruta de una vigorosamente crítica y sanamente adversaria vigilancia de su gestión por parte del cuarto poder. Tanto es así, que si uno se lleva sólo de esas opiniones, cualquiera creería que la mayoría de los problemas se originan en su despacho.  Pero hay mucha inconsistencia entre ciertos adversarios del Presidente. Por ejemplo, quienes más le reclaman por sus frecuentes viajes al exterior y sus gestiones internacionales son los mismos que deliraban de gusto cuando Peña Gómez se despachaba discursos kilométricos relatando sus encuentros con “los blancos de verdad” en Washington, Madrid u Oslo.

Quienes creen que Fernández merece la crucifixión por su influencia en la reforma constitucional no se alarman porque legisladores perredeístas votan tres o cuatro veces un mismo asunto usando los adminículos de colegas ausentes de la Asamblea. Olvidan que el país lleva cuatro años discutiendo la reforma y le cargan al Presidente las debilidades de los asambleístas.

De todos los gobernantes del último medio siglo, Fernández es el único cuyo origen social le permite haber conocido los padecimientos del pueblo, al punto de ver cómo su madre emigraba a Nueva York para tratar de mejorar sus vidas, lo cual él ha logrado tras muchos sacrificios, estudios y arduo trabajo político.

Me encanta que mis colegas enfilen sus críticas y hasta sus monsergas contra el Presidente, porque pese a la mala reacción de algunos voceros suyos, la democracia precisa de oposición, de vigilancia y disenso. Ante la flojera o incompetencia de una parte de la oposición, ese vacío lo llenan la prensa y entidades de la sociedad civil.

Pero nuestra atolondrada y deficiente democracia estaría mejor servida si la vara con la que es medido el doctor Fernández fuera aplicada con igual rigor a los demás políticos, especialmente a los que desean sucederlo en la Presidencia.

Demasiadas veces antes ha pasado que una prensa complaciente con aspirantes presidenciales ha estado inclinada a un doble estándar, con consecuencias trágicas para la nación.

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