El pasado lunes 21 de mayo la nación dominicana amaneció en paz; por doquier se respiraba un ambiente tranquilo, porque ganó Danilo, erigido ya Presidente electo, preparado para asumir el cargo más  honorable de nuestro país: la Presidencia de la República.

La ajustada victoria del candidato oficialista, alcanzada la víspera en unos comicios bien organizados, concurridos y ordenados, en nada alteró la estabilidad macro-económica; no se resintió el mercado cambiario; inversores, banqueros y tenedores de deuda respiraron con alivio; los portavoces del Congreso Nacional se han alegrado  porque llegará a la mansión ejecutiva uno de los suyos; el Poder Judicial se alentó, porque los jueces de la Suprema Corte de Justicia, una vez amenazados, no tendrán que  lidiar con ímpetus de retaliación; las iglesias repicaron gloria, la prensa reconoció a los ganadores y felicitó al tribunal electoral que con esmero preparó la jornada.

El Presidente Leonel Fernández, su gabinete y colaborares, seguramente han dormido tranquilos, sabedor el Jefe del Estado y líder político que cumplió con su deber, pues con el triunfo de su compañero de partido junto a  la primera dama elevada a la Vicepresidencia, se ha librado de la persecución política, que blandía amenazante sobre su cabeza, cual espada de Damocles, el candidato opositor, en anunciada retaliación propia de la obnubilación personal. 

La única inquietud que se cernía sobre el horizonte del  pasado lunes 21 de mayo, consistía en determinar cuándo el perdedor de los comicios, el ex presidente Hipólito Mejía, aceptaría su derrota. La respuesta ambivalente llegó la noche del día siguiente manejada dentro de un discurso contradictorio ante cientos de entristecidos seguidores, durante  el cual acusó de parcialidad a la Junta Central Electoral,  sin aportar pruebas, pero no pudo desmentir las cifras oficiales emitidas por el tribunal. Del proceso electoral, la nación salió robustecida. ¡Tranquilo! ganó Danilo.