Transformaciones que borran el pasado
de Santo Domingo

Transformaciones que borran el pasado <BR>de Santo Domingo

POR ÁNGELA PEÑA
Viene a martirizarse con la ciudad, a descubrir nuevos desaciertos en monumentos, plazas, parques, ruinas, templos. Pero desde que pisa Santo Domingo se interna en esa Zona Colonial de sus amores, cámara en mano, como si las históricas edificaciones, el aire que respira pos sus calles, las piedras y los muros fueran su alimento.

“La ciudad es nuestro ámbito indefectible. El entorno también es nuestro cuerpo. No sé por qué la cuestión urbana sólo es pasto para arquitectos e ingenieros cuando de lo que se trata es del hábitat, es decir, de lo primero y de lo último que nos permite constituirnos en seres humanos. Antes de pensar la ciudad, la he vivido, sentido, disfrutado, sufrido. Nací en 1961. Para la guerra de abril tenía cuatro años. Mis imágenes más antiguas están ubicadas en el Villa Francisca, la calle Juana Saltitopa, la París, el puente Duarte, Los Mina, Gualey, los ensanches Espaillat y Luperón, es decir, todo lo que está en los bordes de lo que tradicionalmente se entendía por Santo Domingo”.

Miguel D. Mena, sociólogo, urbanista, pensador, crítico literario, académico, maestro, poeta y hasta músico que sorprende despertando el piano dormido del Palacio Consistorial, no ha olvidado que Villa Francisca, donde vino al mundo, “fue borrado desde mediados de los años 70, gracias a la política urbanizadora del balaguerismo, a la conversión de la calle París y zonas adyacentes en un corredor lleno de edificios que taparon el resto del paisaje barrial. Si a eso le agregas la destrucción del viejo Parque Independencia en 1974, entonces verás como esa sensación de ser parte de una ciudad maleable implicó el interés del pensar y accionar sobre la cuestión urbana”, manifiesta.

Está acostumbrado a que le llamen nostálgico, pero expresa que los que le echan en cara sus añoranzas no comprenden el alcance de sus escritos y acciones. “La cuestión no es conservar la ciudad de la infancia, sino promover en ello lo participativo, lo democrático, lo que estimule un sentimiento de comunidad. Fíjate en el Parque Independencia y las invenciones de los fuertes de San Gil, de la Concepción, la creación de muros que hacía siglos no existían, el borrón de manzanas completas en función de una supuesta recuperación del Santo Domingo histórico. ¿Contribuye eso a los sentimientos de comunidad? De ninguna manera”, se pregunta y se responde.

Habla del comportamiento de las familias de la zona, de la actitud de las autoridades encargadas de preservar, restaurar, conservar, mantener obras. Enjuicia la conducta y cuenta el devenir de la gente de la Oficina de Patrimonio Cultural. “Esa Oficina fue creada por el doctor Balaguer en 1968 para quitarle al Ayuntamiento muchas de las funciones que, mal que bien, ejerció durante 400 años. Fue una instancia creada para materializar los sueños balagueristas, muchas veces sin tomar en cuenta nociones elementales de conservación de monumentos, desarrollo y planificación urbana. El caso del Palacio de Colón –denominado “Alcázar” por la política monumentalista de Trujillo, que por cierto, se inventó ese edificio y sus ajustes-, es paradigmático. Si revisas las fotos de lo que ha pasado desde 1968 hasta el presente con la ahora Plaza de España, te darás cuenta que el concepto de paisaje y espacio público ha cambiado radicalmente, como si el espacio fuese una máquina productora de ganancias. Al arquitecto le ha interesado la explotación económica y comercial de la ciudad. Se han inventado una ciudad y han permitido que se borre otra. Con sus bienes y sus males ¿dónde está la ciudad de Guillermo González? ¿No es Ciudad Trujillo también parte de nuestra vida, de nuestra memoria? La actitud fue esquiza: mientras se le aplicó una cosmética que trataba de borrar los símbolos del pasado inmediato, se afilaron las tendencias autoritarias del mismo. ¿Qué tenemos después de casi 37 años de Patrimonio Cultural? Una zona colonial histórica borrada –el caso de La Atarazana-, una política de exclusión que en nada se corresponde con los tiempos de modernización que queremos vivir”, dice.

LOS CURAS Y LA PELLERANO ALFAU

-¿Es Santo Domingo una ciudad excluyente?-, se le pregunta y contesta con los casos de la Plaza de los Curas y la calle Pellerano Alfau, que considera paradigmáticos. “La autoridad cardenalicia asumió como propios esos espacios. En el caso de la Pellerano Alfau, incluso, contraponiéndose a leyes municipales que desde siglos concebían ese espacio como una calle, es decir, como un espacio público. El papel de Patrimonio fue lamentable: se opuso al Ayuntamiento, e incluso, logró que el mismo se deshiciera en su papel de garante de la vida urbana, luego de un pulso que atravesó las administraciones de Corporán de los Santos, Johnny Ventura, y que finalmente perdió con el actual síndico”.

Recorre la ciudad día y noche. Cuando concluye sus cursos de urbanismo vuelve a pasearla con sus estudiantes, como para avalar sus cátedras. No vive en la República pero pocos saben tanto como él del pasado y del presente de este Santo Domingo de sus tormentos y morriñas. ¿Qué piensa del movimiento nocturno, los bares, discotecas, cafés, los parques y plazas ocupados por jóvenes que han descubierto los encantos del área? “Es natural que en la ciudad más grande del Caribe haya tal proliferación. La cuestión es no ser superficial a la hora de enfrentar la cuestión. Piensa en los extremos de una manzana, en la calle Billini, entre el Parque Duarte y el del Padre Billini: mientras la prensa se escandaliza por la presencia de jevitos en el Parque Duarte, nadie dice nada sobre la conversión del segundo en un parqueo para las yipetas que visitan los restaurantes de la esquina. Si lo piensas en términos de leyes, son los segundos los que están infringiendo la ley, no los segundos, que hacen uso de un derecho natural: los parques son para sentarse. El problema es que del parque al parqueo sólo hay una letra de diferencia”.

A Miguel D. Mena pudieran confundirlo con un turista más por su indumentaria informal, su mochila, su cámara, sus sorpresas y asombros que no son por conocer sitios bellos y nuevos sino por las transformaciones, que a veces considera abusivas. Señala extralimitaciones, desafueros, falta de previsión, como considera las gárgolas que reposan en el patio de la Catedral: “Debieron estar en el techo donde en verdad, en cuatrocientos años, nunca estuvieron. Se las hicieron, no encajaron por el peso y porque no tenían sentido y ahora son tratadas como deshecho”.

 Extranjeros han ido adquiriendo y remodelando obras o están en la zona como inquilinos. Miguel lo considera normal, aunque lamentable. “Natural porque son aquellos que tienen mayor sensibilidad ante lo que es el referente histórico en las construcciones. Lamentable porque muchos de ellos adquieren esos espacios para negocios, que controlarán desde sus oficinas en los Estados Unidos o en Europa. El triunfo del capital extranjero es la confesión de incapacidad imaginativa del capital local, que prefiere invertir en una torre o en un condominio antes de asumir la cotidianidad del Conde o del malecón”.

LOS CRONISTAS

En Berlín, donde ha sido estudiante, profesor, donde terminó doctorados y maestrías y donde ahora es Ministro Consejero de la embajada dominicana, ha descubierto libros de cronistas deslumbrados con Santo Domingo, que aquí no se conocen, y posee la más rica y original bibliografía sobre el tema, pero encuentra que aún hay un vacío respecto al espacio urbano. “Los cronistas de la ciudad son una tradición colonial que comienza con Oviedo y que los cubanos, por muchísimas razones, son los últimos en cultivar. En el caso nuestro, ¿dónde está el pensamiento de la ciudad? Hemos tenido muchos cronistas, pero hasta ahora a nadie le ha interesado el tema de las ideologías y del poder a la hora de pensar el espacio urbano. Como la ciudad es inatrapable en un solo concepto, necesitamos una estrategia interdisciplinaria. Ni Santo Domingo ni el resto de nuestras ciudades necesitan en el siglo XXI cronistas, contadores o contables. Necesitamos pensadores y actores políticos, que asumen el pasado no como la masa para disponer en el horno sino como esa sombra inconfundible nuestra, que necesita moverse y actuar”.

A los dieciocho años, Miguel se estrenó en la prensa con el artículo “Por los bigotes de Chaplin, rescatemos el Capitolio” llamando la atención, sobre los intentos de convertir el cine con ese nombre en un “gift shop”. Desde sus años de estudiante de sociología se vinculó a movimientos defensores del espacio urbano. Su primera obra poética se tituló “Almario urbano”. Su tesis trató el tema “Ciudad, espacio y poder”, formando parte del jurado el hoy Presidente Leonel Fernández. En 1990 se trasladó a Berlín donde también se integró a movimientos urbanos y ecologistas. En el 2000 concluyó su doctorado con honores, con su tesis “Iglesia, espacio y poder (1498-1521), publicada en el 2004.

La distancia no ha sido causa de olvido para D. Mena. Gracias a su iniciativa, que logró compactar a un significativo grupo de artistas e intelectuales, se le devolvieron al parque Colón sus viejos bancos de metal que, por cierto, todavía esperan ser ajustados.

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