En los años de la muchachada jugábamos pelota en las calles del barrio. Cada barrio tenía sus aficionados, que mostraban el griterío y las disputas, pero también la animación del pedazo. El pedazo era, más o menos, una extensión que cada quien figuraba el alcance.
Calles estrechas, sin pavimentar, hacían imposible montar el espectáculo con más de tres jugadores por equipo: el receptor, el lanzador y un primera base que, además, hacía de “out-filder” (jardinero).
El juego se hacía con pelotas de goma; a veces se usaba un palo para batear. Cuando faltaba la bola de goma, la afición era tan fuerte que llegábamos a experimentar con un limón verde. Claro, en esa sustitución no se empleaba el palo.
En un sitio del barrio de Villa Francisca, donde las vías Jacinto de la Concha y José Reyes forman un pantalón y, tras cruzar la calle Félix María Ruiz, se transforman en una cuesta ancha, que nos permitía integrar dos combinados de más de tres jugadores por equipos: receptor, lanzador, primera y segunda bases, y un fildeador o jardinero; en ocasiones hasta dos jardineros, en vista de que la loma según declinaba, se hacía más ancha y nos ofrecía mayor territorio para disfrutar.
No me envolvió solamente el entretenimiento, también me arrastró la disparidad del contenido de cada vocablo y el intento de paranomasia latía entre los términos tránsito y tráfico.
En aquellos tiempos de nuestros diez a doce años de edad, las autoridades eran muy respetadas. Desde que alguien nos alertaba acerca de la presencia de un policía, nos acomodábamos en las aceras con caritas de ángeles, como si aquel agente no supiera con lo que nos entreteníamos en medio de las calles. Era suficiente para los agentes localizar las bases del “play”, improvisadas con pedazos de cartón, con una piedra chata encima, que nos delataban en seguida.
Sin embargo, había una diferencia entre uno y otro uniformado. Por eso, de vez en cuando, uno de los “compañeritos”, alborotado gritaba: -No “ombe” (hombre) ese es un policía de tráfico.
Es decir, se separaba mentalmente a uno y a otro de los servidores del orden: policía de /tránsito/ y policía de /tráfico/. Y teníamos alguna razón. Aparentemente, los agentes de tráfico no se molestaban en tales menudencias.
En mi mente quedaron, pues, esos parónimos fantasmas, y tal vez fueron, con otros casos, los que provocaron mi inclinación e interés por la cultura de la lengua.
/Tránsito/: proviene del latín “transitus”, sustantivo masculino. Ingresó en nuestra habla en el siglo XVI con el sentido de ´acción de tránsito’, y más adelante amplió su significación. Por ejemplo, en el siglo XVII agregó el sentido de ´paso’, ´sitio por donde se puede transitar de un lugar a otro’, etc.
/Tráfico/: del italiano “traffico”, sustantivo masculino, llegó al español en el siglo XVII, con el sentido de ´acción de tráficar’. Aunque existe entre ellos cierta aproximación -formal- la etimología fue distinta al momento del ingreso de cada una de estos vocablos. /Traficar/ /tráfico/ traficante/ arrastró el sentido de ´comercio’, mientras que tránsito/transitar se aplicó al concepto de ´traslación de un lugar a otro’ o ´paso’. Esta diferencia etimológica fue causa -quizás- de que el verbo /transitar/ se extendiera en mayor empleo y multiplicación de uso en frases y formas de su aplicación.
Desde mis años de escolaridad de intermedia y secundaria entendí la diferencia en el uso y extensión de cada una de esas voces, de no confundirlos en un solo valor, sino cada cual en su contexto. De ahí que, como muchos, me concentraba al aplicar la significación de uno y de otro término. Es decir, logré separarlos semánticamente. /Tránsito/ me resultó ´paso’, ´traslación de un lugar a otro’, mientras que /tráfico/ me fue igual a ´negocio, comercio’.
Aquellas utilizaciones de aproximación de contenidos y cuasi parónimos se han ido separando y no los aplicamos indistintamente en éste o en aquél uso. Con todo, debo dejar constancia de lo que insertó HOY en su ventana superior del pasado miércoles 27 de enero de 2016, sección ¡Alegría! p. 1D, bajo el título Duelo:
“El cantante británico […] ha muerto a los 53 años tras sufrir un accidente de /tráfico/ en Irlanda…”, que entendí que fue un accidente automovilístico. EPD.
Como es noticia que nos llega desde otros mundos, quizás es un reflejo del empleo de esa voz, que todavía tiene vigencia en algún punto del habla del español o el periodista o el traductor hicieron de lo suyo.