Transparencia administrativa no es suficiente

Transparencia administrativa no es suficiente

Podemos estar de acuerdo en que desarrollo significa crecimiento económico y distribución más o menos equitativa de los bienes, servicios de salud, educación, justicia, seguridad y recreación, y libertad-capacidad de expresión, de asociación y de transitar por aire, tierra y mar a voluntad. Pero no está tan claro qué cosa es una “persona desarrollada”. Se diría que es alguien que ha evolucionado notablemente en sus facultades mentales, alcanzado instrucción, educación, sentido de lo propio y lo ajeno, que ha internalizado las formas civilizadas de sociabilidad, y cultivado habilidades artísticas y expresivas en general. Cualquiera puede mejorar este tosco ejercicio de definición, pero, en todo caso, apostaría que muy pocos piensan seriamente que el desarrollo humano tiene un componente espiritual que no puede ni debe ser puesto de lado. Steven Covey, por ejemplo, tuvo que rehacer su enfoque para incluir “el octavo hábito de las gentes exitosas”. Claramente, lo espiritual poco interesa a los que dirigen los procesos mercadológicos y oligopólicos de la globalización. Por su parte, las masas suelen entender por desarrollo humano el acceso al consumo y a los factores que alargan la vida y multiplican placer.

Muchos autores dejan de lado que el desarrollo humano llegó al mundo y a occidente con el cristianismo, el cual trajo la igualdad, la libertad y la hermandad, por cierto, los principios más revolucionarios de toda la historia. Cunninham y Rogers postulan que la revolución y el desarrollo humano más importante de la historia tuvo lugar en la Alemania de Lutero, cuando enseñaron al pueblo llano a leer la Biblia, y a entender, a partir de entonces y desde la palabra de Dios, que el arzobispo de Roma, ni los príncipes de Alemania eran superiores o mejores que la gente común.

El conocimiento de Dios levanta el sentido de personalidad y autoestima, y a la vez, de manera espontánea mueve a las personas a hacer lo que es correcto sin ser observadas ni amonestadas. Contrariamente, cualquier sistema de valores basado en el hombre mismo será siempre acomodaticio y pragmatista.

Estamos todos de acuerdo en que debemos apoderarnos de la institucionalidad democrática creando mecanismos de transparentización y sanción en cuanto al manejo de los recursos y funciones del Estado; Pero solamente cuando nuestros pueblos aprenden a honrar a Dios, entonces la honestidad, la transparencia, la justicia y la igualdad serán características de toda la sociedad y cultura. Es difícil, hacia futuro, imaginar un Estado lavador de cerebros, súper vigilante y controlador. El desarrollo humano siempre exigirá el auto empoderamiento de cada individuo, y solo después habrá posibilidad de verdadero empoderamiento de la cosa pública y del procomún.

En países con déficits importantes en cuanto a seguridad y justicia, en los cuales “el qué dirán” controla poco o nada, los mecanismos de transparentización institucional necesitan que las personas internalicen valores basados en un santo, racional y reverente temor de Dios. De lo contrario, los ciudadanos continuarán siendo fáciles cómplices del clientelismo y la malversación. No importa si son profesionales, funcionarios, técnicos o gentes que viajan en moto-concho.

 

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