Transparencias del mundo del sueño

Transparencias del mundo del sueño

POR GUILLERMO PIÑA CONTRERAS
Cuando Jean-Jacques Rousseau anunció a sus contemporáneos, a finales del siglo XVIII, que iba a escribir sus Confesiones hubo un revuelo general entre los intelectuales del Siglo de las Luces. Todos conocían a Rousseau y, sobre todo, sabían que, como se dice vulgarmente, el filósofo suizo tenía la lengua bien puesta.

Y, poco después de la primera sesión de lectura de Las Confesiones en un Salón literario de París, la censura se encargó de prohibirlas porque se suponía que contaba cosas que podían perjudicar a sus coetáneos. Sin embargo, Rousseau sólo hablaba de Jean-Jacques. Sus Confesiones eran una suerte de liberación, a través de la escritura, todo cuanto había hecho durante su tumultuosa vida. Era un psicoanálisis avant la lettre.

En Asombros de sombras: falsos rostros, de César Augusto Zapata, nos encontramos, desde que leemos el primer relato de la obra, con ese aspecto de escritura liberadora, aunque a través del sueño como mundo real, para los narradores de estas historias. “Sin respuesta de nadie,” dice el narrador de ‘Carta de amor para un final’, “decidí escribirte. Me tomó días. Una letra cada vez. Un desvarío. He guardado esta nota como si no la hubiera escrito para nadie más que para mí, la leo en voz alta por las noches y la estrujo entre sueños” (p.24). En estas palabras están las claves de la obra que nos ocupa: la escritura liberadora y el debate entre la realidad que todos compartimos y el de los sueños sin que podamos determinar, nunca, en cuál de los planos se sitúa el narrador. Pero siempre, como veremos, aunque sea el mundo supuestamente irreal del sueño, el problema será a quién contar esos sueños que no sea contárselo a sí mismo como una manera de liberarse de fantasmas que asedian esas historias que se suceden en Asombros de sombras.

El mundo del sueño, en esta obra de César Zapata, es transparente. Pierde el aspecto individual e interior que lo caracteriza; el real es oscuro y de difícil definición y hasta se confunde con el del sueño: “Sin preguntas, sin gestos, sin emoción se levantó de la cama y caminó a cerrar la puerta. Fue entonces cuando notó que sus pies no tocaban el piso. Volvió a la cama y regresó al sueño de donde nunca debió haber salido” (p.31). Este juego entre la ficción y la realidad, entre el sueño y el mundo real no nos permite en ningún momento determinar si el narrador exterioriza su mundo o interioriza el nuestro. Es decir, el del narratario, ese personaje de la ficción que escucha al narrador. Y es ese artificio que nos atrapa y nos conduce a la trampa que nos tiende el propio relato con sus juegos de espejos, tantas veces evocado en la obra y anunciado en el subtítulo: falsos rostros. En toda buena obra de ficción debe haber una explicación intrínseca a ella misma y Asombros de sombras la tiene, por eso nos sorprende siempre. Estos relatos hay que leerlos como se leen las obras expresionistas, como se lee a Kafka, en la que la aventura que se cuenta es la aventura interior del narrador. La exteriorización del yo.

César Zapata logra, en su colección de relatos breves, sin que podamos percibirlo, introducirnos en el sueño de su narrador. Los textos tienen, como dice Freud en su magistral Interpretación del sueño, la estructura incoherente de lo onírico, como se puede ver en este fragmento: “Era una larga noche de demolición de una estructura que cada vez se rehacía. Repetición exacta de una acción imposible. Era un sueño. Los mismos detalles de la noche anterior; un sueño que regresaba como un extraño huésped, tantas veces, que ya había empezado a formar parte de Benjamín, de la vida de Benjamín Montero, quien había descubierto el malestar de estómago que le producen las repeticiones. Era náusea que no llegaba a la garganta sino que se perdía en los intestinos en un viaje inverso. Eran las noches de esa certeza de volver al mismo lugar y momento en donde lo esperan su padre y la casa” (p.39).

Lo que se dice en el mundo «real» aparece en el mundo del asombro, de lo repentino y sin transición del sueño, como estas líneas que debo citar: “La Fantasía tenía forma de mujer. Se paseaba por los túneles de los sentidos y abría sus piernas en el jardín de la memoria, hasta aniquilar todo vestigio de realidad. Así murió su hermano, El Sueño: sumido en su afán incestuoso de poseerla. Hasta que descubrió, comido por La Pesadilla, que toda mujer siempre se tarda en entregarse, pues su placer menor está en ser deseada y su goce, en destruir al amado” (p.77). Pero el sueño es también el refugio donde se protegen los personajes: “Benjamín apretaba los ojos tratando de huir hacia el sueño. Pero allá, en la sombra donde ocultamos nuestros miedos, todavía oía al padre y la casa quejándose y hundiéndose juntos” (p.42).

En Asombros de sombras, como decía antes, se explican los mecanismos de la escritura. En “Delito del cuerpo”, por ejemplo, el personaje-narrador da la clave que mencionaba hace un momento, pues es bien sabido en el mundo de las letras que toda escritura, al tiempo que narra una aventura, se cuenta a sí misma: “Debo aclarar que escribo sin otras pretensiones que no sean las de narrar unos hechos como los viví. Si alguien ama las profundidades del lenguaje, los juegos de espejos, los personajes trucados o las historias oníricas, temo que lo decepcionaré” (p.47). Toda la fantasía de Asombros de sombras se construye en torno al sueño en el que interactúan la mujer y la familia. El narrador de cada relato, que adopta el mismo tono en todos y nos hace pensar que se trata de la misma voz, que estamos frente a un mismo personaje que, por fragmentos o instantáneas si se quiere, nos cuenta su vida (¿interior? me pregunto) y su realidad generalmente espeluznantes.

Contar un hermoso sueño no tiene interés para la literatura, tal vez lo tenga para el psicoanalista, por eso los sueños de Asombros de sombras son más bien pesadillas. Cuando el sueño es agradable es un refugio en donde el personaje se protege del mundo real, de esa pesadilla que también se introduce en el sueño no importa que, como dice el narrador de “Regreso a mí”, “Además, sé que puedo volver a mi sueño cuando quiera” (p.59). En los sueños hermosos puede haber inquietud, alegría, decepciones y todo un abanico de posibilidades que los hacen banales e insípidos para quien no juegue billetes de lotería; en las pesadillas hay materia para cuentos, como diría Bosch en su reconocida teoría del género. Si el sueño, incluida la pesadilla, es una ficción basada en referencias reales; la literatura también es un sueño: “Despierta muchacho, que no existe el mundo de los sueños” (p.57). Y es cierto, el sueño es realidad, pero realidad individual. Una realidad que Asombros de sombras comparte con nosotros.

Si hay algo que define esta obra de César Zapata es su coherencia temática: la aventura interior del sueño como realidad tangible. La literatura tradicional se hubiera contentado con clasificarla como una obra sicológica, en particular si sabe que el autor es psicólogo de formación, pero eso sería desmeritar el logro de una escritura que obtiene, a través de artificios escripturales, invertir el mundo real y el onírico. Un texto que nos pone a ver el mundo real desde el punto de vista de la ficción, pues el sueño, hasta donde se ha podido determinar, es ficción, como la literatura, con bases reales.

En Asombros de sombras:  falsos rostros no se despierta nunca. Nunca salimos de los sueños de personajes que nos cuentan sus tormentos y experiencias oníricas sin solución, como sucede casi siempre en ese mundo. Se trata de sueños dentro del sueño, así como en Las mil y una noches tenemos el cuento en el cuento. De los sueños de Asombros de sombras no se puede salir, son sueños en abismo en los que permanecemos atrapados gracias al estilo elegante y sobrio de César Zapata y su dominio de la técnica del cuento que se traduce en aquello de no perder de vista su tema. Un tema difícil de mantener a flote porque es el del la trampa, el del engaño interior, el de la psiquis, en donde lo ficticio es real y lo real también, pues se trata de un mundo interior modificable según las circunstancias. Asombro de sombras: falsos rostros, de César Zapata, es una suerte de reescritura moderna de La vida es sueño del insigne Calderón de la Barca; y los sueños, no lo perdamos de vista nunca, sueños son.

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