Transporte público de Santo Domingo (1 de 2)

Transporte público de Santo Domingo (1 de 2)

JULIO SANTOS-CAYADO
Es indudable que el paso de los años ha traído un deterioro progresivo del transporte público en la capital dominicana, lo sabe y experimenta cualquier persona, en su «sano juicio», que salga a conducir en Santo Domingo. El caos en el tráfico por nuestras calles y avenidas le paraliza el corazón a cualquiera, no sólo lo comprobamos todos los días, sino que además, amigos extranjeros quedan estupefactos cuando toman un volante en la mano. El asunto ha llegado al punto que ya no espero el seguro comentario crítico, tan pronto me dicen que piensan alquilar un vehículo o que lo han alquilado, les advierto:

¡En Santo Domingo solamente hay una Regla de Tránsito; el que «va delante» de ti hace lo que le da la gana. Ten cuidado!

La causa principal del desorden nacional, está, ciertamente, en el incumplimiento de normas racionales para conseguir la fluidez del tráfico. La anarquía vehicular es consecuencia de la falta de educación de nuestro pueblo, de la politiquería y la corrupción dominicanas. Estas causas se han potenciado porque en el transporte público y privado tienen metidas su manos varias instituciones, entre las cuales no hay aparentemente coordinación, ni tampoco de ordenamiento. Así las cosas, ahora «conchan» no sólo los destartalados carros, las voladoras, sino también, vehículos privados y motocicletas.

Convendría, por tanto, pensar en la posibilidad de organizar el tráfico vehícular dominicano concentrando las diversas y dispersas dependencias en una Secretaría de Estado de Transporte que se aboque a poner alguna medida de orden en el tráfico vehicular nacional e introduzca el planeamiento como modo de satisfacer las demandas futuras.

Las funciones que podría tener una Secretaría de Estado de Transporte, con nombre otro más sonoro si se quiere, serían parecidas a las que se le asignaron a AMET, ampliadas para todo el territorio nacional y completadas con las experiencias que se han derivado de los años de existencia de ésa. ¡Quizás así pudiéramos tener esperanzas de cierto orden en el tráfico!

Si la Secretaria no fuera económica o políticamente posible, podría pensarse en un Consejo Coordinador con poderes efectivos, en el estarían representadas las instituciones y dependencias oficiales que inciden en el problema.

Naturalmente, el desorden y el caos que éste conlleva, desembocan directamente en una terrible ineficiencia que se traduce en mayores y costes y gastos. ¿Cuántas paradas repentinas hay que hacer en un trayecto corto, debido a que el que «va delante» se detuvo a tomar un pasajero, parquearse o simplemente se encontró con algún vehículo estacionado en el lugar más inapropiado? Así, obviamente, no importa que tan anchas sean nuestras vías de comunicación, ni cuáles sistemas pongamos en uso, porque todos serían utilizados ineficientemente.

Ineficiencia es sinónimo de subdesarrollo. Se combate y reduce con el orden y la disciplina que impone la razón. No sólo con obras físicas, aunque, naturalmente, éstas son necesarias y en el país faltan muchas por hacer, pero, si algún lector tiene dudas de la importancia del cuidado de las obras civiles, puedo asegurarle que no existe ninguna obra de ingeniería que dure para toda la vida sin operación y mantenimiento adecuados. La ausencia de los criterios de operación y mantenimiento eficientes se evidencia diariamente en la República Dominicana.

El problema de la ineficiencia en el transporte no se resuelve solamente con el tipo de obra que se elija, esa es la parte «fácil, la que todos los gobiernos quieren hacer; donde está el meollo de la eficiencia es en lo que hagamos después que se terminó la obra. En cómo la cuidamos y operamos.

Todo lo anterior y mucho más que se pudiera agregar, para señalar que Santo Domingo y el país en general, requieren de una corrección que haga más eficiente el sistema nacional de transporte. ¡No hay dudas de eso!

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