La paz, el santuario del alma, preciada condición para la convivencia armoniosa, se asemeja a una perla perdida en las profundidades del océano, en las aguas turbulentas de la inquietud. Esa paz perdurable que dimana de la fuente divina, se esfuma en las tormentas desatadas por egoísmos y discordias.
La paz, sin la que el pan es amargo, la que nace del amor, de la verdad y de la justicia, la que sobrepasa todo entendimiento, se esconde en las brumas de luchas internas y externas que conturban la existencia.
Individualismo, egocentrismo, materialismo se apoderan de la conducta humana, desencadenan graves problemas sociales, políticos, éticos y morales.
Vivimos en un mundo atribulado por la enfermedad, la pobreza y la guerra que destierran a millares de refugiados e inmigrantes, un mundo perturbado por el narcotráfico, la criminalidad y la corrupción.
Y en escenarios de aparente sosiego, sin rugidos de bombas ni silbidos de balas, se libran fieras contiendas individuales, gente a la deriva sin un propósito en la vida, presas de adicciones a drogas y alcohol, o de un hedonismo que ahonda más el vacío existencial.
El drama humano se agiganta, cobra dimensiones insospechadas, tanto que la solución parece inalcanzable. Cumbres, asambleas interminables, pero las buenas intenciones se desvanecen y nos rendimos a la impotencia, a la inacción.
¿Qué puedo hacer? En medio de la apatía, el desamor y la falta de solidaridad que extinguen la flama de la paz, en cuya luz podemos contemplar al Espíritu, hay gente que se pregunta:
¿Qué hago para contrarrestar las amenaza a la paz y la seguridad, para aliviar los sufrimientos, los problemas del mundo?
Paramahansa Yogananda, maestro iluminado, responde:
“Sólo la conciencia espiritual –la realización de la presencia de Dios en nuestro interior y en cada uno de los demás seres vivientes —puede salvar al mundo. No veo ninguna posibilidad de que exista paz, sin esta condición.
“Comienza contigo mismo; no hay tiempo que perder. Es tu deber desempeñar la parte que te corresponde para establecer el reino de Dios sobre la tierra.”
Un mundo mejor. Sus enseñanzas universales encarnan la esperanza para el advenimiento de un mundo mejor, en el que cada persona trate a los demás con la reverencia que nace de percibir realmente la presencia de Dios en todos los seres.
“…Un mundo en el que todos busquen esa relación amorosa con al Divinidad que expande el corazón hasta permitirnos amar a los demás como a nosotros mismos, dice Self-Realization Fellowship (SRF), en un folleto acerca de su “Círculo de Oración”.
Los acontecimientos nos están enseñando que la ignorancia y las barreras divisorias de raza o credo deben dar paso a una nueva unidad con nuestros semejantes, lo que derivará si logramos la unión con nuestro Creador, afirma. Luego enfatiza:
Las vibraciones negativas del egoísmo, la codicia, el odio –causas de enfermedad, infelicidad, guerras y desastres naturales, pueden ser superadas si un número suficiente de personas se dirige a Dios a través de la meditación y de la oración.
“Al transformarnos nosotros mismos —viviendo conforme a los principios espirituales y en comunión con Dios— automáticamente difundimos vibraciones de paz y armonía que contribuyen, en gran medida, a contrarrestar los efectos negativos producidos por la forma inarmónica de vivir.
Comienza tú, nos pide el gran místico hindú. Cambia y habrás cumplido con tu responsabilidad de ayudar a transformar tu entorno, la familia, el país, la humanidad.
Busca la luz del Espíritu, deja que invada tu ser y disipe las tinieblas que nos mantienen prisioneros en la cárcel que nosotros mismos construimos con errados pensamientos y acciones.
Percibe la presencia y el amor de Dios en tu interior, e irradia esa divina conciencia en torno tuyo.
Existe una relación dinámica entre nuestra conciencia y las circunstancias personales, familiares y mundiales que vivimos, cada vez más cercanas con la globalización y el avance tecnológico comunicacional.
Pero no advertimos que tales condiciones son el resultado de la acumulación de pensamientos y acciones erróneos de millones de individuos.
“Los súbitos cataclismos que ocurren en la naturaleza, causando estragos y daños masivos no constituyen “actos de Dios”. Tales desastres son el producto de los pensamientos y acciones humanas… Las guerras no son dictadas por un determinismo de origen divino, sino por el ampliamente difundido egoísmo materialista, afirma Paramahansaji
Hábitos nocivos de pensamiento y acción nos afectan individual y colectivamente. Lesionan nuestra salud, originan enfermedades físicas, mentales y espirituales.
Es indudable el vínculo estrecho, la dependencia entre nuestros pensamientos y emociones con la salud física. Se influyen y afectan de forma bidireccional. Por tanto, la prevención de la salud corporal tiene que comenzar en la mente.
Generalmente fijamos la atención en la curación de los trastornos físicos, más tangibles y obvios. Pero no nos percatamos de que las principales causas de esas y otras aflicciones humanas yacen en las perturbaciones mentales, tensiones persistentes, ansiedad, temor, y sobre todo la ceguera espiritual que impide percibir el divino significado de la vida.
En su libro Afirmaciones Científicas de Curación, Sri Yogananda enseña métodos terapéuticos para destruir las bacterias mentales de la intolerancia, la ira y el temor, para liberarnos de la soberbia intelectual, de ignorancia espiritual.
Sigamos sus enseñanzas, las metas de SRF: Servir a la humanidad considerándola como nuestro propio Ser universal, establecer templos destinados a practicar la comunión con Dios y a estimular a los seres humanos a erigir templos individuales dedicados al Señor, tanto en sus hogares como en sus propios corazones.