Tras las huellas de Pedro

Tras las huellas de Pedro

Parte II
Días después de la elección del Cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio como siervo de los siervos de Dios, sería puesto de manifiesto, incluso por la prensa vaticana, que él haría las cosas a su manera.

En la homilía de inauguración del pontificado expresó lo siguiente: “Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio” y de la figura que empezaba a representar como Papa, afirmó que debía “abrir los brazos para custodiar a todo el pueblo de Dios y acoger con ternura y afecto a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños”.

Igualmente, se dirigió a los gobernantes y líderes políticos, económicos y sociales recordándoles que “el odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida”.

Hasta hoy ha dejado bien claro de que la Iglesia, en su situación actual, no es de su agrado, pero, mucho menos lo es el mundo que la rodea. Un mundo en donde hace alarde de triunfo una “economía que excluye y es desigual”.

“Una Iglesia pobre para los pobres” tiene doble dimensión que marca el horizonte de su papado. Una reforma de la Iglesia, que incluya la conversión verdadera del propio papado, y un llamamiento urgente contra la dictadura de los sistemas económicos: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino los suyos”.

Las palabras del Papa, vienen desde lo más profundo del corazón de un latinoamericano que ha visto toda su vida desarrollarse entre la gente de las Villas Miseria argentinas. No es un pastor europeo que conoce el capitalismo imperante sino uno periférico y socio menor de aquel.

En su exhortación apostólica: “La Alegría del Evangelio”, primer documento de su pontificado, hizo especial hincapié en cuestiones sociales, ‘la inclusión social de los pobres’ y ‘la paz y el diálogo social de los más débiles”. “Nuestro sistema económico mundial ya no se aguanta, es una sociedad en la que “todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil”.

Hace unos días, en un viaje misión a Estados Unidos, en la sede de las Naciones Unidas, rechazó la ‘sumisión asfixiante’ que causan los organismos financieros internacionales cuando imponen a los países sistemas crediticios “que someten a las poblaciones”. Reclamó “conceder a todos los países, sin excepción” una participación y una incidencia real equitativa en las decisiones de estos organismos como una manera de “limitar todo tipo de abuso o usura, sobre todo con los países en vías de desarrollo”.

Con respecto a esta ponencia, el presidente Barack Obama dijo que el pontífice es una fuerza moral que nos “saca bruscamente de nuestra complacencia”, afirmó que “sus mensajes de amor, esperanza y paz nos inspiran a todos”.

En su encíclica Laudato Sí y discursos pronunciados recientemente, Francisco ha dejado entrever la importancia imperiosa de que la sociedad entre en una etapa de mayor conciencia cuando de medioambiente se habla. Señala, repetidamente, que está de moda una “cultura del descarte” en la que desperdiciar es su máxima.

“El clima es un bien común, de todos y para todos”. A nivel global, es un sistema complejo relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana; es decir, que este tema merece profundidad y real caso. El Papa se ha hecho experto en su difusión y conocimiento.

Ha llamado la atención de la política internacional, en ocasiones débil y lenta frente a los cambios tecnológicos y financieros. De ahí a que diversas cumbres mundiales hayan fracasado rotundamente a la hora de poner en práctica lo que ha quedado acordado. Creyentes y no creyentes están de acuerdo en que la tierra es una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos.

Evidentemente, Francisco, con sus actitudes y acciones, ha calzado, a plenitud, las sandalias de Pedro.
Investigadora asociada: Andrea B. Taveras Pichardo.

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